Sobre milagros y dialectos (Lo urbano-arrabalero).


“El canto y la palabra tienen un significado como sólo la verdadera divinidad puede tenerlo: es la manifestación del ser de la cosas, esta manifestación es de naturaleza tal que sin el canto no se llena la obra de creación y el mundo no estaría completo”. (Pág. 69, El milagro del canto y del habla). Esta frase, dicha por el filólogo alemán Walter Otto, engloba su ensayo acerca de la divinidad del habla y su relación con la mitología. Dicho estudio es, desde el principio, un retorno a las raíces de la cultura, una notación del lenguaje como inspiración, del canto como expresión poética de ese lenguaje.

El habla como una expresión del ser interno del hombre, como una experiencia. Una lengua que debe primero sentirse y conocerse antes de hacerse palabra. Puede esto relacionarse con los estudios de la semántica, los cuales refieren a los aspectos del significado o el sentido con que pueden interpretarse las palabras o expresiones dentro del lenguaje. Se trata entonces de un lenguaje dentro de otro lenguaje; como decía Barthes: “el discurso mismo (como conjunto de frases) está organizado y por esta organización aparece como el mensaje de otra lengua, superior a la lengua de los lingüistas”. (Pág. 12, Análisis Estructural del Relato). El famoso filólogo francés hacía mención a la retórica, a ese “lenguaje otro” que siente antes de hacer. No obstante, Otto se detiene un momento en este punto para recordarnos que es esta sólo una virtud del lenguaje y su verdadero objetivo es referir a las cosas existentes, a las cosas que son.

“La palabra como cuerpo sonoro propio —dice el alemán—, inmóvil y en reposo, manifiesta en sí al mismo tiempo todo lo objetivo y todo lo concreto”. (Pág. 72) A partir de aquí retoma el autor el rumbo con el que inició; siendo la palabra una manifestación de las cosas que existen, no es de extrañar que tan importante haya sido para la cultura de los pueblos a través de la historia. Su significado y el verdadero fruto de su experiencia residen en la cultura lingüística de cada sociedad. Otto pone el ejemplo de los griegos antiguos, para quienes un árbol era femenino, por referir análogamente a sus divinas representaciones, las Ninfas.

De esto puede obtenerse que ese “lenguaje otro” del que habla en principio el autor nace de la misma manifestación de lo objetivo, de lo preciso. A partir de la experiencia es que surgen las connotaciones, los vínculos personales y sociales con que son impregnados los elementos del lenguaje. Dice el autor: “también en lenguas más modernas, <>, <>, <>, etc, pueden presentarse en su momento como estructuras personales” (Pág. 73, El milagro del canto y del habla). Se trata de un despertar de lo abstracto del lenguaje, las palabras no tienen significado hasta que el hablante se las da. Esto puede a su vez, vincularse con el nacimiento de las llamadas jergas, donde nacen significados nuevos para usuarios determinados por un contexto sociocultural o económico, a partir de palabras ya existentes. Por ejemplo, el “chévere” en Venezuela, que remite a una situación o persona agradable, y el “chévere” original proveniente de Nigeria, que quiere decir “el más fuerte”. El autor prosigue su estudio, dirigiéndose hacia la evolución del lenguaje. Habla Otto de los signos y las imágenes, del lenguaje que no hace nacer a las palabras sino que estas, ya nacidas, (re) nacen en él.

Dice: “el artista, como el niño, crea sin ningún otro fin que el de la creación” (Pág. 78, El milagro del canto y del habla). El lenguaje recrea sin saberse imitador, sin saberse mimético, como presentando algo por primera vez. Hace renacer las palabras con el placer apasionado de un niño y el entusiasmo de un artista. Para Otto, el lenguaje es un “organismo viviente” (Pág. 79), un conjunto organizado que debe estudiarse desde sus raíces, tal y como el cuerpo humano es tratado por partes y no en su complejidad. Lenguaje mágico que es más original que la necesidad de comunicar, “lenguaje valioso que eleva al que habla, lo libera del conflicto de lo no aclarado y lo hace sentirse bien” (Pág. 80). En esto radica, para Otto, el valor del canto y el habla, en su presencia superior por encima del mismo lenguaje.

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