A Fina García Marruz


“Nadie podría <> poeta sino por ese único punto en que deja de serlo, y quizás sólo hemos sido verdaderamente poetas en los raros instantes en que no nos dimos cuenta de ello”. Con esta frase de Fina García Marruz es posible resumir una vida entera de sensaciones y omisiones, un pícaro juego que sólo la poesía, en su tan elaborado como simplista parecer podría expresar. La poesía nace con el poeta, la verdad se manifiesta en la sensación del vacío. Tal y como es mencionado en el ensayo, esos espacios vacíos son el reflejo puro de la irrupción del arte poético en el espíritu del hombre. A través de una majestuosidad en el discurso y una emotiva pasión en la disertación, García Marruz nos plantea su visión de la poesía: La manera en que esta es un estandarte del “ser”, un cobijo del poeta y una instancia superior que nos arroja a los mares de lo desconocido. La poesía es, en sí, incompleta. “Cintio me recuerda siempre que la poesía no es decirlo todo sino decir la mitad”; es enigmática, pues para el mismo autor es un arte inexplorada que funciona con los más profundos reconcomios del alma.

Con detalle se plasma esa “otra visión”, la que todos poseen en su juventud acerca de la poesía: la de orden esquemático y una realidad estética, esa visión que carece del “sentir” y se deja turbar por expresiones que le son ajenas, esa que cree saber lo que poesía significa y, con presunción, intenta demostrarlo. Y así, mediante usos retóricos como la metáfora, se encuentran formas expresivas que apenas y rozan el verdadero significado del arte poético: “Poeta es ese extraño cazador que sólo da en el blanco cuando el pájaro salta, libre. Poesía es incorporar, no destruir, tener la sospecha de que aquel que no es como nosotros tiene quizás un secreto de nuestro hombre”. Se revela entonces, que ésta no se encuentra realmente en lo “bello”, que a juicio del ensayista es sinónimo de injusticia, mas sí en los rincones del sentir, en la humildad, se sabe “ver” la poesía dentro de la cotidianidad, en la inocencia de escribir con el corazón y no con las manos. Poesía es: “esa bondad involuntaria, capaz de sonreír en la miseria”. Es poesía esa esencia ignota que al sernos revelada como una presencia multifacética, nos llena de tal manera que jamás podremos volver a percibir o juzgar sin ella y, por tanto, nos llena, nos sublevamos ante ella. La poesía existe para todo y todos. Es la emanación divina que apacigua un espíritu herido y errante, es el alimento de un mendigo, la impericia de un niño, el coraje de un guerrero. Es el SER y no lo que DEBERÍA SER.

Describir a esta musa es describirse a sí mismo y quien intenta repletarla de discursos moralistas, programados o técnicos le limita, despoja a quien lo hace de toda posible dignidad y a la poesía de toda posible perversión. No se trata de hacer un “lenguaje excepcional” o un “lenguaje común” de la poesía sino de que esta ha debido ser, desde un principio, el lenguaje natural del ser humano, puesto que es ella “el secreto de la fidelidad al ser y saber atravesar las lindes sin destruirlas”. De tal manera se observa que ésta funciona gracias a los silencios. Los silencios intrínsecos de la oscuridad y la profundidad humanas. Imposible es encontrar la pericia suficiente como para describir a la poesía con la misma voluntad y el mismo coraje con que ella escapa de tales descripciones, simplemente porque no se le escribe sino que ella se deja escribir.

Cuenta con un elemento que va más allá de su propio creador, convirtiéndose este en un instrumento para su consecución y no en un verdadero autor. Con tal impulso profético se muestra delicada y expectante, esperando encontrar un receptáculo siempre igual o más sabio que ella, pues de no ser así se verá injuriada con impurezas. Todo esto representa una manera griega de ver a la poesía, la poesía como una musa, como algo más poderoso que el poeta. Una fuente de inspiración externa, algo que no se encuentra realmente dentro de las sensaciones humanas y por tanto es incomprensible. La autora de este ensayo manifiesta el hecho de que no es necesario describir o ENTENDER a la poesía, sino SENTIRLA. Sólo sintiendo la poesía, descubriéndola en la simpleza tan complicada de las pequeñas cosas, separándonos de un lenguaje de enanos que osa hablar de “grandes” y “superiores”, y apreciándola en la existencia de cada ser, llegaremos quizá a tener el derecho una vez más para hablar de poesía.

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