
Hoy, a esta hora, 2 y media de la madrugada y viendo el eclipse, al tiempo en que me consta que amigos y conocidos en varias partes del mundo también lo ven
“Si desde el día en que me fui con la emoción y con la cruz, ¡yo sé que tengo el corazón mirando al sur”. Cuando la voz de Rinaldi alcanza su punto más álgido sabe entonces quien escucha que el dolor está allí; está allí tanto como hay indignación en “El Sur también existe” de Benedetti. En esta obra hay indignación y todo es culpa del tiempo. En los tangos hay sólo un tiempo, tiempo que no es ni presente, ni futuro y tampoco pasado, es un tiempo hecho sujeto; en el tango el tiempo no es una instancia, es otro personaje más, es el ser más odiado y repulsivo, es la esencia más infame del existir. El tiempo es la causa, es incertidumbre, es pena, es el enemigo principal del intérprete.
Discépolo dijo alguna vez que el tango era “un pensamiento triste que se baila”: Mejor manera de resumirlo no hay, y precisamente se ha escogido a este tango de Rinaldi por englobar las características todas que hacen de este ritmo tan universal lo que es. A pesar de todo, el ejemplo dado no presenta más que una palabra en lunfardo, y al parecer puede ser suficiente con esto, porque la esencia del lunfardo está allí, está en ese tono de arrabal: “Mi viejo fue una abeja en la colmena, las manos limpias, el alma buena...”
El tango es, tal y como cualquier otra manifestación artística que cuente al menos con un pueblo en el que identificarse, un lenguaje dentro de otro, un lenguaje que “siente antes de hacer”, como decía Barthes. La lengua del tango está más allá de lo que dice, vale más lo que perpetúa, lo que es capaz de plasmar en la historia y en aquellos que le han dado su lugar santo, su obelisco personal en el corazón argentino, latinoamericano y mundial.
Sin más que decir en este pequeño ensayo, les dejo entonces con la letra entera de esta canción. Con ustedes, Susana Rinaldi:
El Corazón al Sur
Nací en un barrio donde el lujo fue un albur,
por eso tengo el corazón mirando al sur.
Mi viejo fue una abeja en la colmena,
las manos limpias, el alma buena...
Y en esa infancia, la templanza me forjó,
después la vida mil caminos me tendió,
y supe del magnate y del tahúr,
por eso tengo el corazón mirando al sur.
Mi barrio fue una planta de jazmín,
la sombra de mi vieja en el jardín,
la dulce fiesta de las cosas más sencillas
y la paz en la gramilla de cara al sol.
Mi barrio fue mi gente que no está,
las cosas que ya nunca volverán,
si desde el día en que me fui
con la emoción y con la cruz,
¡yo sé que tengo el corazón mirando al sur!
La geografía de mi barrio llevo en mí,
será por eso que del todo no me fui:
la esquina, el almacén, el piberío...
lo reconozco... son algo mío...
Ahora sé que la distancia no es real
y me descubro en ese punto cardinal,
volviendo a la niñez desde la luz
teniendo siempre el corazón mirando al sur.
Quiero construir un nuevo mundo, quiero estar a la vanguardia, quiero derrumbar a Latinoamérica, hacerla pedazos y empezarla desde cero. Que por un segundo el mundo calle y escuche, que no oiga, que escuche. Que los no escuchados me DIGAN qué es lo que han visto, ¿qué quiero yo ver? ¿Por qué no puedo verlo?
Quiero construir un nuevo mundo, quiero soldados a mis costados, quiero una delantera poética, quiero plumas lo suficientemente mordaces, cínicas, crudas, versadas, rotas, amargas, dolidas, jodidas hasta lo más profundo como para alzar una sola voz, una voz que le diga a los líderes sus errores, que los derrumbe, una voz que lidere, que enseñe a liderar. ¡Quiero soldados, carajo, dadme soldados! No viles críticos de bolsillo, de clóset, enclosetados.
Quiero construir un nuevo mundo, un nuevo espectro latino, un nuevo latino-americano. Que deje de mamar y se ponga entre los sesos los cojones, que su arma sea la pluma, la birome, el lapicero, el lápiz. Que apuñale con ello a la perfidia, a la abominación, a lo asqueroso. Que destierre a estos hijos de su patria.
¡Quiero soldados, carajo, dadme soldados!
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I want to build a new world from a poetic front, a neo avant-garde, a poetic militarism. The last few weeks I’ve been thinking about how to start, In which form Vallejo, Arguedas, Huidobro, Ruben Dario or Baudelaire started? How should I know is this path is correct? In a world full of ignorants to get a compliment is a very easy job. How to obtain some critics? How the hell would I get someone with enough CRITERIA to CRITICIZE? Where to find culture? How to plant culture? How to make culture a way of life and not a mechanism to make others feel inferior? Why? Why all these technicalities?
I want to build a new world, I want to be at the forefront, I want to overthrow Latinamerica, rit it up and start it from scratch. That for a second the world shut up and listen, not to hear, to listen. That those who are unheard TELL ME what they saw, what I want to see? Why can’t I see it?
I want to build a new world, I want soldiers at my sides, I want a poetry front, I want pens enough sharp, cynical, crude, knowledgeable, broken, bitter, hurt, banged up deep enough to raise a single voice, a voice that tell to the leaders their errors, that crash them, a voice to lead, to teach leadership. I want soldiers, fuck, give me some soldiers! Not those vile pocket critical, “closet” ones.
I want to build a new world, a new latin spectre, a new latin-american. Who stops breastfeeding and put the balls between the brains, his weapon is the pen, the pencil. That stab with it to the perfidy, the abomination and the disgusting things. Who would ban these children from their homeland
I want soldiers, fuck, give me some soldiers!
El habla como una expresión del ser interno del hombre, como una experiencia. Una lengua que debe primero sentirse y conocerse antes de hacerse palabra. Puede esto relacionarse con los estudios de la semántica, los cuales refieren a los aspectos del significado o el sentido con que pueden interpretarse las palabras o expresiones dentro del lenguaje. Se trata entonces de un lenguaje dentro de otro lenguaje; como decía Barthes: “el discurso mismo (como conjunto de frases) está organizado y por esta organización aparece como el mensaje de otra lengua, superior a la lengua de los lingüistas”. (Pág. 12, Análisis Estructural del Relato). El famoso filólogo francés hacía mención a la retórica, a ese “lenguaje otro” que siente antes de hacer. No obstante, Otto se detiene un momento en este punto para recordarnos que es esta sólo una virtud del lenguaje y su verdadero objetivo es referir a las cosas existentes, a las cosas que son.
“La palabra como cuerpo sonoro propio —dice el alemán—, inmóvil y en reposo, manifiesta en sí al mismo tiempo todo lo objetivo y todo lo concreto”. (Pág. 72) A partir de aquí retoma el autor el rumbo con el que inició; siendo la palabra una manifestación de las cosas que existen, no es de extrañar que tan importante haya sido para la cultura de los pueblos a través de la historia. Su significado y el verdadero fruto de su experiencia residen en la cultura lingüística de cada sociedad. Otto pone el ejemplo de los griegos antiguos, para quienes un árbol era femenino, por referir análogamente a sus divinas representaciones, las Ninfas.
De esto puede obtenerse que ese “lenguaje otro” del que habla en principio el autor nace de la misma manifestación de lo objetivo, de lo preciso. A partir de la experiencia es que surgen las connotaciones, los vínculos personales y sociales con que son impregnados los elementos del lenguaje. Dice el autor: “también en lenguas más modernas, <>, <>, <>, etc, pueden presentarse en su momento como estructuras personales” (Pág. 73, El milagro del canto y del habla). Se trata de un despertar de lo abstracto del lenguaje, las palabras no tienen significado hasta que el hablante se las da. Esto puede a su vez, vincularse con el nacimiento de las llamadas jergas, donde nacen significados nuevos para usuarios determinados por un contexto sociocultural o económico, a partir de palabras ya existentes. Por ejemplo, el “chévere” en Venezuela, que remite a una situación o persona agradable, y el “chévere” original proveniente de Nigeria, que quiere decir “el más fuerte”. El autor prosigue su estudio, dirigiéndose hacia la evolución del lenguaje. Habla Otto de los signos y las imágenes, del lenguaje que no hace nacer a las palabras sino que estas, ya nacidas, (re) nacen en él.
Dice: “el artista, como el niño, crea sin ningún otro fin que el de la creación” (Pág. 78, El milagro del canto y del habla). El lenguaje recrea sin saberse imitador, sin saberse mimético, como presentando algo por primera vez. Hace renacer las palabras con el placer apasionado de un niño y el entusiasmo de un artista. Para Otto, el lenguaje es un “organismo viviente” (Pág. 79), un conjunto organizado que debe estudiarse desde sus raíces, tal y como el cuerpo humano es tratado por partes y no en su complejidad. Lenguaje mágico que es más original que la necesidad de comunicar, “lenguaje valioso que eleva al que habla, lo libera del conflicto de lo no aclarado y lo hace sentirse bien” (Pág. 80). En esto radica, para Otto, el valor del canto y el habla, en su presencia superior por encima del mismo lenguaje.
Vivimos en un caos generalizado y creo que por estas razones es que siento esta necesidad de conocimiento como una carrera contra el tiempo. ¿Qué nos permite corroborar que adrede y sin dolencia no seríamos capaces de flagelarnos la cabeza y dejar de lado el conocimiento, la filosofía, el amor por lo sabio y lo ilustrado? Es triste vivir en un mundo donde los poetas mueren a la par de dios, un mundo sin poetas, ensoñación socrática, es para mí un mundo sin voz, una oralidad invertida. Decía Discépolo: “que el mundo fue y será una porquería ya lo sé”; tenía razón, y a pesar de que más adelante arroja sus punzantes y mordaces ataques contra el siglo que vivió, me pregunto si viviendo en este siglo habría escrito un tango o se habría suicidado directamente.
Hablamos de una sociedad insoportable en sus aspectos incluso más mundanos; lo que siempre ha estado podrido ahora lo está más, pero algo diferencia tajantemente la postura pasada y la presente: ahora lo rancio, lo putrefacto, es aceptable.
La décadence humana, la de Nietzsche y la de Schopenhauer, esa décadence, me gustaría deformar, no está ni en la blasfema debilidad, antítesis del heroísmo primigenio helénico, ni en el “dulce seno” de la entrega religiosa, está en una instancia inconexa entre ambas; habitamos una esfera vacía, donde todo está mutilado, lisiado e impedido. La vanguardia latinoamericana no fue un efectismo poético, fue un grito de auxilio, fue una voz consciente, estudiosa del romanticismo alemán y la ilustración francesa. Fue una ruptura creadora. Hoy en día se necesita una nueva vanguardia latinoamericana, una pluma que carezca de estilismos, una pluma que profane, que viole, que destruya desde la palabra al mundo, que derrumbe edificios y montañas, pero sobre todo, que nunca, nunca sea confundida con una actitud anárquica, que promueva el orden a partir de las cenizas.
Yo invito a luchar contra la décadence, invito a leer y reventarnos el papel en la cara y comérnoslo. Esta vanguardia que no debe llamarse así no debe ser una actitud únicamente literaria, debe abonarse en las mentes de los líderes, debe, con mano firme, instruirse en sus débiles corazones.
Tomo a la vanguardia como ejemplo, aunque no soy un escritor de vanguardia, porque considero que a nivel latinoamericano, fue el único movimiento con la suficiente capacidad, conocimiento lógico y profundidad como para construir, desde esas tan necesarias “cendres”, algo bueno y útil.
Mi visión es destruir desde la pluma para que otros edifiquen con la voz.
Es importante destacar que, a pesar de que lo que se conoce como “Literatura Contemporánea Latinoamericana” tenía más años de vigencia, su edad de oro o boom se dio realmente entre los años mil novecientos sesenta y mil novecientos setenta. Esta época es quizás la más importante para los literatos latinoamericanos tras más de doscientos años de hegemonía europea y, para nuestro caso en particular, española. Sin embargo, es siempre importante tomar en cuenta la importancia que tuvo Europa para la autoría latina, esta mezcla de influencias variopintas, desde Flaubert para Vargas Llosa a Baudelaire para Neruda, fueron el detonante de una escritura o de un método de escritura latinoamericano, único, mágico, fluido y profundamente edificante, un espejo de los pueblos donde el lector podía reencontrarse con su cultura, costumbres y prácticas.
Hablamos claro dos centurias de insuficiencia, de necesidad de una lectura popular como cosmopolita, andina como costeña, indígena como mulata y negra como europea.
Obras como la de Arturo Uslar Pietri en Venezuela, José María Arguedas en Perú, Jorge Luis Borges en Argentina o Juan Rulfo en México; sirvieron para construir más que crear las bases de lo que sería esa nueva voz dentro de la poética (no confundir con poesía).
Estas dos décadas de frutos magnificentes en cuanto a carga intelectual, fueron la consecuencia de décadas de maduración y empuje, la carestía de buenas obras regionales y modernas era inexplicable considerando la larga y rica tradición cultural de los pueblos latinoamericanos; se dieron entonces los primeros pasos de un naciente estilo, el realismo mágico; un estilo de escribir completamente metalinguístico, la lengua hablando de sí misma; introducida en Hispanoamérica por Arturo Uslar Pietri y desarrollada hasta sus límites conocidos hoy en día por autores de la talla de Gabriel García Márquez y Juan Rulfo; novelas como “Pedro Páramo” o “Cien años de soledad” son las cumbres del realismo mágico.
La voluntad de estos escritores así como su originalidad y soltura llevó a otros poner una voz en aquellos que no la tenían; toma forma el indigenismo de Ciro Alegría, Jorge Icaza o José María Arguedas, el ultraísmo de un joven Borges, o el martinfierrismo de Evar Méndez; toda una explosión demográfica de autores plasmando las voces de América, las distintas visiones de un mismo plano que exigía ser visto desde diferentes ángulos.
Una característica aparte y a tomar en cuenta acerca de este período de la historia latinoamericana es la oralidad y el enfoque general de las obras. A pesar de que tratábanse de ficciones y mundos posibles de una gran diversidad y cada uno más variopinto que el otro, hay algunos elementos sueltos en cada uno de ellos que pueden denotarse con una lectura profunda, lectura que, ya hecha en el pasado, no ha sido más que confirmada por sus mismos autores. La literatura contemporánea latinoamericana es una literatura de perspectiva; es decir que la realidad o la gran verdad de la obra tendrá siempre un enfoque particular, y que la cantidad de esquemas y posibles juicios nunca serán absolutamente certeros ni completamente ciertos, dependerán siempre de la forma de ver el mundo. Esto puede darse desde la presencia de un narrador omnisciente (diversas voces) o uno en primera persona y protagonista, el más común dentro de la literatura contemporánea latinoamericana y otra característica de la misma.
Ejemplos de esto son “Las lanzas coloradas” de Arturo Uslar Pietri, donde la visión de una Venezuela convulsa en medio de la guerra independentista varía desde la pasión y las ansias de poder de Presentación Campos, hasta la ingenuidad y desventura de Fernando Fonta; por lo que, la voz del autor nunca se impone sobre la voz de sus personajes; nunca se sabe si Uslar Pietri deplora o acepta la masacre de negros o las barbaries de la guerra, son sus personajes hablando, demostrando su visión de esta ficción; por otra parte tenemos “El Túnel” de Ernesto Sábato, una obra vívida, cuyo narrador "parece ser" el mismo protagonista y donde el lector es sumergido en la perspectiva de un asesino, Juan Pablo Castel.
Un punto interesante acerca de todo esto es la temporalidad; dentro de esta época se presentó un hecho muy curioso y ello fue la continua creación de obras donde el tiempo dejaba de ser lineal y pasaba a ser circular. Existe un cuento de Jorge Luis Borges muy famoso y además bastante crítico y metafórico que parece plasmar este hecho, “Las Ruinas Circulares”, -(Ficciones, 1944); en este relato el personaje es un hombre-deidad que se ha dispuesto a crear un ser vivo, un nuevo hombre; para ello se ha sumido en las profundidades de la jungla con el fin de obtener la energía y la vitalidad suficiente del templo del dios del fuego y allí, a través de sus sueños, crear, erigir, fundar. Sin embargo, se entera al final de que él mismo está siendo soñado por alguien más.
La sensación cíclica, invariable que nos da este relato es una generalización inmediata de la importancia del tiempo circular para las obras de la época. Ejemplos son: “Cien años de soledad”, el prólogo “Reino de este mundo” de Alejo Carpentier, o algunos poemas y obras de Neruda, donde la sensación de repetición se da con la redundancia poética o la aliteración prosaica.
Es importante dejar en claro que esta era no fue meramente narrativa, sino que todos los aspectos de la poética se vieron desarrollados, desde la poesía con movimientos de peso como el vanguardismo de César Vallejo o el nadaísmo de Gonzalo Arango y la poesía negra de Nicolás Guillén; hasta la ensayística con pesos pesados como Octavio Paz, Carlos Fuentes o el mismo Borges.
Tenemos entonces que las características que rodean a este nuevo lenguaje latinoamericano nacen de las mismas costumbres e ideologías de los pueblos que les dan vida, algo tan absolutamente obvio que merece ser mencionado; hablamos de una voz latina, incompleta como la vanguardia, cortada, despedazada por siglos de yugo, una voz del hombre como ser y sus problemas sociales, una voz absurdamente política y seriamente jovial, una voz que se repite, que es cíclica, una voz que se define por los personajes que crea y la manera en que estos construyen su propio mundo; una voz que ha dejado de ser la de sus autores para convertirse algo de mayor envergadura, en una literatura, una literatura latinoamericana.
de la victoria en hombres de hidalguía
Hay sobre la consola un picaporte hundido
un tocadiscos.
Procuro vender mi nombre
a la sala más adúltera de los poetas usureros:
llámame antisemita.
El cabello en tu viento marca el paso de las horas,
tengo el suastí en el pensamiento
sólo en el pensamiento
sólo en
sólo
pensamiento…
Siento el paso de las horas.
Que un trombón marque mi muerte en las trincheras
Que el caos me lleve a las trincheras de la muerte
La portilla del cielo tiene roto el picaporte
un serafín me mira y ríe
llámame intolerante.
Siento el paso de las horas.
Tengo el seno fatigoso, un parto que venera
ruido demoníaco que amamanta.
Tengo una habitación oscura, con telarañas
ruido angelical que me desvirga.
Tengo carne en los ojos,
virutas, guiños,
bocas, escupitajos.
Tengo el arco atravesando entrambas palmas,
tengo entrambas palmas metidas en el bolsillo
floto sobre el mar de titubeos
titu…beo.
El camino más adelante se desmolda,
ondula un efecto visual sonoro causado por soleadas noches.
Tengo muertes, tengo un cuerpo putrefacto,
gritos de muertos,
muertes en un grito,
SILENCIO.
Hay menudos hilos deshilachados,
Tengo una melodía virginal que me ha violado,
cartas, fuego, un encendedor herbáceo.
Tengo una eterna danza ceremonial Staskovichiana,
pies, patadas,
piernas, entre las piernas.
Tengo un silbido muy profundo
profundiza
Adentro
Más adentro…
Ahí.
Tengo actos sanguíneos encarnados,
amarillo, celeste, encarnado.
Estoy teniendo algo
algo en la mano
ya no lo tengo.
Entonces empiezo a repetir:
repe
repe
tir
tir
Tengo una luz aceitosa,
una lámpara de lava
que erupciona y cubre cabezas,
cuerpos, sollozos.
Sollozo Dvoraikamente.
Escucho que tengo algo en los zapatos,
tengo el sonido del vértigo,
se junta en un esperpento inolvidable.
pero, lo más lamentable,
TrIsTe
iNcIeRtO
DiFuSo
es que aunque deje de tener, aunque borre maleficios indoloros,
sigo teniendo esta sensación:
me pesa,
pésame
Es un ruido intermitente, una imagen hedionda,
un talismán donde he escondido mi dentadura
diente uno
diente dos.
Tengo un universo del que dispongo a diestra.
Tengo una siniestra exactitud,
una malévola ansia.
Destruyo el mundo en un latido
Tengo la infortuna de caer en picada de cuando en cuando; la péndola marca horas derretidas, pedazos perdidos, fracturados,
Dalí me debe dos centavos.
Al poderoso señor inglés le recibo con las manos atadas, iris, iris bruno azabache, y los gritos del pajarraco ancestral que se entremezclan en la noche con un sol de pompa esplendorosa.
Redundo en límites comunes, tan comunes que me hacen sentir tan limitado. Los algoritmos se rozan, rozan ramas y rosas que forman hermosas cruces; aliteran el sentido más abstracto en mi lóbulo frontal.
Se quiebran
quebrados
están.
Y me comprometen a seguir vociferando, a marcar con el dedo pulgar un camino abrupto, desigual, informe.
En cotidianas ocasiones me guardo el alma bajo un fanal cristalino, me trago el humo, trago, humo.
Hay en la esquina del frente un voluptuoso desliz,
se deslizó.
Y seguir bebiéndose las marcas de fuego, proyectándose al vacío, es seguir, es…
dejé abierta la ventana.
Firma: Andrés - Buenos Aires, Octubre del 2010.
1. El erotismo servil y la pasión literaria: “Sor Juana, lejos de parecer artificiosa como en los poemas cortesanos de los otros poetas, alcanza en ciertos poemas la intensidad que distingue a la pasión auténtica del énfasis retórico” (p. 268 de “Concilio de Luceros”, Octavio Paz).
El siglo XVII se vio marcado por una curiosa erotización de la poesía, tanto como por la influencia substancial de la Iglesia Católica sobre las almas de los creyentes y su hegemonía en la educación de los pueblos hispanos. Sor Juana, con su carácter arriesgado y romántico, con una fidelidad y un servilismo solemnes, logra establecer un equilibrio entre su condición religiosa y sus relaciones directas con la nobleza y la corte de la época. Tal y como lo menciona Paz, “las relaciones humanas son simbólicas, pero ese simbolismo se manifiesta más plena y constantemente en las ceremonias políticas y religiosas”. Fue en ese punto muerto donde Sor Juana logró dar cabida a su desbordante pasión al momento de transformar las sensaciones en palabras, las emociones en oraciones y la gratitud en poesía.
Por supuesto, observando la situación desde un contexto actual, consideraríamos que la poesía de amor cortés y la poesía erótica de Sor Juana, en alabanzas a su admirada condesa de Paredes, puede resultar en ambigüedades; no para la realidad de la época. Sor Juana es y actúa con intensa reverencia mediante un lenguaje que se muestra común y recurrente para la época en que es realizado; en momentos en que la actitud y el pensamiento barrocos son un hecho, y en que la relación entre los amos y sus servidores, es considerada en un contexto familiar, de lazos profundamente arraigados y afectos copiosos. La “sumisión a la dama”, una actitud preponderante en la poesía y la personalidad de Sor Juana, es otra característica intrínseca en los poetas de amor cortés. Una capacidad retórica de persuadir, en hechos literarios donde las interpretaciones pueden ser de una convergencia infinita, es precisamente eso. Todos estos actos de devoción, de agradecimiento del inferior al superior, encuentran su máxima expresión en la escritura de esta dama universal:
Rosa divina, que en gentil cultura
Eres con tu fragante sutileza
Magisterio purpúreo en la belleza,
Enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura.
Ejemplo de la vana gentileza.
En cuyo ser unió naturaleza.
La cuna alegre y triste sepultura.
La retórica social cortesana, y la realidad misma de la época, distan del paralogismo impreciso de la actualidad. La amistad amorosa de la sierva hacia su señora es una forma poética de expresión, parte del vocabulario feudal de pleitesía del vasallo al señor. Tenemos entonces que, el ardor retórico de Sor Juana iba incluso más allá de la adoración; dentro de un vasallaje simbólico, fuera de la realidad real y concordante con la realidad protocolar, Sor Juana actúa con un fervor intenso al escribir, con una capacidad única para absorber entre pasiones de toda clase a sus lectores, a sus espectadores, a sus mismísimos dedicados. Es posiblemente esa manera de sentir la poesía, de rendir homenaje y actuar con premeditada humildad y exagerado agradecimiento, lo que la ha traído hasta la actualidad como el Fénix de América, como la décima musa del Nuevo Mundo.