Mujer de Letras

Digamos que, a pesar de mi falta de carne, sangre y órganos no dejo de ser mujer; digamos que mi cuerpo está conformado por oraciones, esas oraciones por palabras, esas palabras por fonemas; digamos también que mis brazos son una oración, una larga, algo como: “inmediatez perdida en la nada, consumida, híper con

centrada”.

Mi rostro dice: “lo veo así, restante, cuello lacivo”. Mi cuerpo habla de una danza palabrera, morfosintáctica; mis hombros afirman, mi pecho conjetura, mis piernas se preguntan, tengo las piernas más largas que el mundo haya parido. Soy una mujer hecha de letras, una mujer única en mi especie. Muchas dirán que saben de letras o que incluso les rellena el mismo material que a mí, pero eso no son más que metáforas; yo soy, literalmente, una mujer hecha con letras.

Esto no es siempre bueno: la delicadez de las palabras que surcan mis manos me dificulta el sostener las cosas. No puedo agarrar, ni soportar; por terminar mi mano en una A no tengo enganche, y si intento hacerme del TR termino rasgando las cosas, pellizcando, haciendo daño. Quiero acariciar y no puedo, en el otro brazo, “como la dama que quería navegar”, no hay mano. ¿Cómo apreciar la profundidad y el volumen de las cosas con una C y una A?

¿Y si un hombre quiere besarme el cuello? ¿Cómo acariciar húmedamente la aspereza de la L? ¿Cómo encontrarme el latido, saber lo que me excita cuando no hay ligamentos que me unan los hombros a la cabeza? Todo está construido anagrámicamente, con cabellos que son elongaciones de la L, de la V y de la nada. Mi pecho tiene la rareza de decir lo que siento, está a la vista de todo el mundo. Revela mi estado anímico y eso me da vergüenza, todos pueden ver si he tenido un desamor, si se me atoró una oración en el picaporte o si no me he puesto mis sustantivos al salir del baño, ¡qué vergüenza, qué vergüenza!

Por ejemplo, supongamos que un día he despertado muy artista, no se extrañarían de ver que mi pecho diga algo como: “no hay medidas para lo que se siente en la mariposa, que posa loca, amenazante”; o aquellos días donde despierto malhumorada y dice que ‘diga’: “¡Cállate, caballero impetuoso!” Esas cosas me pasan a menudo. Quizás lo bueno sea evitarme esas típicas preguntas ridículas como: “¿Estás bien? ¿Qué te sucede? ¿Puedo ayudarte?” De cualquier manera me sirvo sola, si estoy mal no hay nada que un tachado, un borrador o una nueva palabra no puedan cambiar. Si quiero demostrar algo me lo subrayo o me pongo en negrita. ¿Olvidé acaso decir que soy una mujer cursiva?

Tengo muy buenas caderas, danzan al ritmo de la nada algunizada, sostienen el peso de mis párrafos superiores, son el inicio de mis capítulos siguientes. Al bailar las piernas se me entrecruzan, la de atrás es muy ambigua. ¿Cree usted que se puede presumir? ¡Si! ¡No! La de adelante, más equilibrada, no te dice nada, pero vaya que te deja en claro las cosas. Muchos han tratado de ponerme en perspectiva, como cosa común sus palabras son siempre vacías, sin importar el lenguaje que utilicen. Cuando se pretende ser profundo no importa realmente el lenguaje, si es soez o si es complejo, quien sepa entender entenderá, los que sabemos ver veremos. No trates de engañar al mundo con tus palabras vacías, mentiroso, que mis piernas todo lo exponen.

Por ser como soy, soy. Soy sensible y delicada, frágil ante el agua y las manos, ante el fuego y el tiempo. ¿Quién me encontrará un impetuoso caballero, un maldito caballero, insistente y soñador, un caballero hecho de letras como yo? No, esos ya no existen, la soñadora soy yo. Sueño con parapetos consonánticos, barricadas vocales, murallas fricativas, fronteras oclusivas, velares, palatales, alveolares.

¿Han escuchado esas danzas eslavas? Opertura cuarenta y seis, la primera, en C Mayor, toda Dvoraika, toda “eslava”. Imagínenlo un segundo al cerrar los ojos y recreen mis anónimas caderas moviéndose al compás, dando vueltas de trescientos sesenta grados con los brazos en alto, << ¿Dama prohibida que dice…?>>. ¿No es maravilloso? ¿Quién no desearía una mujer cual ven ahora? Letrada, hermosa, de buenas curvas, alegre, jovial, misteriosa, sensual, primitiva. ¿Qué? ¡Ah, claro! Han estado burlándose a mis espaldas, se burlan de mi carencia de rostro, de mi falta de nariz y sesos, de tripas y dedos de los pies; han jugado al interés los últimos minutos y son todos, por demás, superficiales.

¿Y si de pronto esa danza se hiciera magistral? Ya saben, de enormes lámparas arácnidas colgando de un techo a veinte metros del suelo, de enormes vestidos corseteados y mecanizados, de dos pasos a la izquierda y dos a la derecha. ¿Tampoco? ¡Maldito, maldito papel endeble, maldito papel que se dobla y se quema, que se corta y se disuelve!

Qué lastimera ironía, qué cruda y sarcástica vanguardia el que ustedes, mujeres de carne, con sus pezones de carne y no puntos de íes no tengan entre las cejas más que la pituitaria, a mi me el grafito me putea, me viola, me mundanea. Tengo una vida muy corta: algún día, alguien, quien sea, se abrirá de piernas y me cajoneará, me voy a humedecer, me voy a enmohecer. Vívanme una vida, un mes, una semana, un segundo, sólo eso, háganlo. Si lo hacen, no hará falta una mujer verdadera nunca más, para verdadera yo, carajo.


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