La casa que vencía a las sombras.


“¿Cómo podría confundirme con aquellos, que hoy ya son escuchados? Sólo el pasado mañana me pertenece. Algunos nacen póstumos”.

Friedrich Nietzsche.


Las circunstancias tan subjetivas que rodean los múltiples puntos de vista del estudiantado de la Academia, como preciso denominar a la magna casa de estudios venezolana, se encuentran ampliamente diversificadas; unos, a lo sumo, responden vagamente ante una problemática tan importante como lo es la seguridad e integridad del estudiantado que asiste a este lugar en pos de profundizar sus conocimientos, fuere la rama que fuere, a este tipo de personas en particular debe tenérseles lástima, es imposible no sentir, no apreciar a la Academia como parte de tu condición humana, es ilógico e incluso amoral actuar con vacuidad; esa simpleza, esa insipidez del alma que implica no sentir ningún dejo de preocupación por las generaciones futuras, por la generación que te rodea, por nada más allá de ti mismo. Otros, en cambio, integran tan profundamente su sentir, su juicio y opinión en los mares de la sabiduría académica que son simbióticos a ella, velan por ella, su corazón palpita al compás, con la misma cadencia de los gritos libertarios, aquellos que buscan desarticular el instrumento de opresión que implica el concepto universidad.

Universidad y Academia son dos conceptos diferentes, la Universidad es un concepto superfluo, es un método de coacción a través del cual se manejan quienes bien puedan, intentando subyugar las mentes del hombre joven. La Academia es todo lo contrario, es una estimulación, una invitación a pensar, a analizar, debatir y distinguir los razonamientos, es una lógica de la vivencia, un templo desde el cual es posible obtener las herramientas que permiten al hombre ser pensante. ¿Qué se pretende entonces del estudio superior? ¿Una universidad o una academia? Esto es una lucha de conceptos entre quien tenga la intención de someter, de avasallar, y aquellos otros que, me incluyo, no tenemos la más nimia intención de permitirlo, sino más bien de reaccionar a la postre de los tiempos, construyendo, mediante los métodos que sean necesarios, una nueva educación y una nueva instancia educativa. Nótese que un estudiante académico, a diferencia del oprimido estudiante universitario, no exige, construye, la exigencia es para el hombre de mente débil, para aquel que no es capaz de construir y permite a los otros hacerlo por él; exigir es permitir el yugo, exigir permite al exigido decidir cómo proceder, le da poder. El estudiante académico, que siempre es una minoría, crea, edifica, funda. No hay que preocuparse, siempre las minorías erigieron el sendero de los hombres.

El hombre es un societas effectus, el producto, la consecuencia de una sociedad, sin sistema que lo forme el hombre es primigenio, pues sus ideas y pensamientos no pueden ser puestos en práctica. Dirán algunos: “¿Qué puede decirse entonces de los reformadores del sistema?”, se dirá de ellos que fueron hijos del sistema del cual procedían, sólo así fueron capaces de contradecirlo, o en su defecto, de mejorarlo. Retrocediendo sobre nuestros pasos, aquellos que demuestran una clara tendencia hacia el ostracismo académico y que consideran a la educación superior únicamente como un objetivo que debe circularse y nada más, así sea haga de manera mediocre, bien pueden abandonar sus estudios, para la sociedad sólo serán uno más, parte del vulgo, se convertirán en masa capaz de ser manejada y relegada, no en hombres pensantes.

La Academia es un templo al que debo agradecer su modus discendi: eminentemente introspectivo, pero aún así dispuesto a las comparaciones, al estudio tanto empírico como histórico, tanto fenomenólogo como análogo. Personalmente suscribo a la fenomenología, como estudiante de humanidades, para desarrollar la presente redacción.

Lo que hoy se ve y se palpa entre los pasillos de las instituciones de educación superior en Venezuela tiene, de por sí, una raíz psicológica: el desencanto; pero debe tomarse muy en cuenta los efectos de esto en sus receptores. Si retomamos las tipologías del estudiantado, el universitario sentirá desilusión ante la nulidad de las leyes, ante la incompetencia de los rectores, la corrupción de las fuerzas de la ley, se decepcionará de los problemas del estado, de la podredumbre social, pero su inhabilidad para hacer algo, además de su poca intención de hacerlo, lo convierten en parte de ese proceso de descomposición de las bases pensantes, ellos mismos se desentienden de la matriz, convirtiéndola en lo que denominan “elite”: Habrán quienes la criticarán, pero ha sido decisión suya aceptar, como normal, lo que está mal. El académico en cambio, bien verá pasar estos problemas con ojo avizor, e irá cuestionándose a sí mismo sus propias presunciones y teorías, presupondrá y se equivocará, analizará, comparará y eventualmente, actuará. La única manera de cambiar nuestro futuro, es actuando sobre y desde nuestro presente, la verdadera incompetencia está en la constante inconformidad, la solución está en aquello que puede hacerse para reformar, moldear, reaccionar ante tu micromundo.

La Academia se diferencia también de la universidad por su método de enseñanza, la universidad propende a una educación de la memoria, sus competencias están estructuradas en base a un sistema educativo industrial, del siglo pasado, donde se instaba a convertir a los alumnos, bien en desertores que tendían a la masa de obreros o bien en hombres incapaces de deliberar, cuyo título poco o nada decía de sus capacidades de resolución. El método de enseñanza académico insta a pensar, a desarrollar y resolver acertijos, a construir las verdades desde sus cimientos, a reconstruir la historia de forma retrospectiva, pero sobre todo a dudar, a dudar y a contradecir con fundamento.

Dijo Aristóteles: “Adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene una importancia absoluta”. Si bien es en los estudios superiores donde se tiene la posibilidad de observar al mundo desde un punto de vista preferentemente empírico, es en el hogar en donde se siembra la raíz de esa sed indagatoria. No obstante, tengo la teoría de que la Academia es, en realidad, la última gran chance humana para corregir los defectos precedentes, sobre todo esa insulsa perspectiva de la vida que en toda medida tiende hacia lo pueril, lo vano de las experiencias vividas o por vivir.

Hay que profundizar un poco más lo siguiente: la delincuencia dentro de los institutos educativos, enfocándonos particularmente en aquellos en donde se rinden estudios superiores. ¿Qué explicación puede tener esto? Más a partir de aquí, ¿qué explicación puede tener la nula participación de los dirigentes estudiantiles en conformidad con los dirigentes docentes y rectorales? Estos últimos en particular, si bien hacen escuchar su voz es para decir alguna extravagancia casi ridícula, alguna obviedad que el estudiantado ya conoce. Sólo por suposición, hace no mucho alguien habrá dicho: “Sí, efectivamente la delincuencia parece haber aumentado en las últimas fechas”. Escupir lo tácito en la cara de quienes padecen la realidad es una forma de burla que pertenece a las coacciones indirectas, no comprenden los dirigentes que han encendido, y no imprecisamente, la llama de la reacción, las voces realmente reaccionarias. Su poder es neblinoso y lo comprenden, pero algunos tienen la insensatez de doblarlo y retorcerlo hasta sus últimas consecuencias.

Atrás están quedando las minorías universitarias, la academia está creciendo de manera paulatina en las mentes del estudiantado, tienen en sí la llama del reto, la voz de la insubordinación. Hablo de una sedición pensante, organizada, propia de la academia, no a la típica movilización “revolucionaria” que simpatiza más bien con la anarquía.

En este mismo orden de ideas, poco cuesta tomarse la molestia de inquirir, de preguntar al estudiante de a pie sus propias teorías; esta es una invitación, teorizar estimula la mente del hombre, teorizar estimula las respuestas, otorga las soluciones. Hay que poner sobre el contexto las particulares visiones, compararlas, hay que responder con una voz unificada en base un consenso.

Algunos sentirán interés por las metodologías gubernamentales, otros por las de la dirección estudiantil, a estos grupos particulares les informo que la única verdad absoluta es la del estudiante académico, sea su palabra pueril o no, es él quien otorgará el dictamen final. Es hora de dejar de lado los puntos de vista compartidos con estos triviales focos del poder, la verdadera respuesta a los problemas de la delincuencia están en la falta de fe, la falta de refutación por parte de un estudiantado que, se espera, sea hasta dentro de muy poco “universitario” y pase a formar parte de las filas de los reaccionarios.

Los solicito: el único temor plausible es aquel que debe tenerse a sí mismo, témete si eres incapaz de responder a tus problemas, témete si permites que el hegemón te pisotee, témete si te consideras incapaz o inhábil para alzar la voz de tu consciencia, témete si actúas con debilidad e inconstancia entre tu razón y tus acciones, témete si temes a otros, témete si eres dócil a otros, témete si, al día de hoy, no has sido capaz de alzar el puño en señal gloriosa y gritar: ¡Pro patria et Academia!

Andrés della Chiesa

Buenos Aires – 18 de Mayo de 2011.

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