Explicación número 1.


Escribiré, expondré mis impresiones, buscaré ser conciso para que todos, todos en absoluto, puedan entender, sea directamente o entre líneas, la manera en que ha funcionado mi mente la última semana.


Ésta ha sido la semana más difícil de vivir para mí desde que llegué a éste país, estoy, en estos momentos, absolutamente enclaustrado en mi habitación, divagando entre las palabras de mis antiguos compañeros letrados y ríos de ensayos y evaluaciones que no me llevan a ningún lugar. Ensayos y evaluaciones que me han afirmado una verdad ineludible: mi templo, mi sagrado santuario no está en un lugar específico, está donde yo quiero que esté, y yo escogí que estuviera, hace ya más de año y medio, en el pasillo de Letras de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela.

Soy un espectro robotizado, soy una máquina vacía de toda condición humana. Lo que debía esperar nunca llegó y lo que ha llegado me mantiene a la espera. ¿De qué manera puede procederse en un ambiente tan hostil? Yo jamás me he rendido, sabrán ustedes, no es para mí un acto de rendición. Cada nueva petición de retorno es un nuevo instante carboníceo, una humareda más en la locomotora en la que decidí instalarme, sin saber adónde me lleva, sin entender el porqué de éstos oscuros parajes.

Busco todavía, en lacónicos momentos, darle fundamento a mis acciones, encontrar las razones fundamentales que me empujaron a ésta decisión que hoy tiene un parecer tan precipitado. Compréndanme: el pneuma lo exigía.

La Universidad de Buenos Aires es una instancia respetable, es un montón de edificios viejísimos, llenos de profesores aún más viejos, son facultades que facultan con escuelas que escuelizan, pero todavía no aprendo nada, he llegado para enseñar y nadie tiene la pretensión de aprender.

¿Dónde está la humanidad? ¿En dónde están esos hombres y mujeres almíceos, creativos, templados, que llevan consigo su templo a todas partes?

Me estrellé con una educación de la memoria, ¿qué memoria? ¡Si yo no tengo! Nací amemoriado, ¿Dónde están esos procesos febriles de culturización, los cafés poéticos, las editoriales que te editan, en dónde están las conversaciones ilustradas que derivan siempre en sexo un miércoles a las cinco de la tarde? ¿Dónde está mi campus de devastación? ¿Qué amigo, cuál amigo, qué es eso?

He intentado sentir en mi cuerpo algo que no pueda confundir fácilmente con el frío; temo que, cuando acabe el invierno, mi piel se vuelva flácida de emociones, de nostalgias, de arrepentimientos. Temo temiblemente a esto último en particular.

No, tu progenie ha puesto en ti su patrimonio, patrimonio indivisible, insoluble, invomitable. Estás atado por compromisos, por primas compras, atado, atado, atado.

Los maestros se han callado las respuestas, me han soltado a mis anchas, comprendo en mí una labor más allá de la academia, por sobre los papeles y papiros.

No sé qué decir de ayer, de las venidas orales constantes de éstos letrados de mi templo, su amistad verdadera que de mí exige un sacrificio ineludible. ¿Cómo discernir su egoísmo hedónico de mi irónica falta de actitud que toma decisiones arrojadas?

Mañana un parcial, pasado mañana otro parcial que me parcializa la vida, que me trunca los momentos junienses.

¿Qué es de ti, mi barbudo viejecillo, coraza mía, con tus plagados ojos, recordarás que sigo aquí?

¿Qué es de ti, mi hermano de luz, mi vecino de paradero, mi músico particular, sabrán los hombres hablar a través de ti?

Por unánime vez, amigos míos, letrados de mi alma, prosapia amada, yo, muchacho ingrato, muchacho inmóvil, no sé cómo emanar…

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