Rukkusu


En un principio existió el caos, hasta que de la nada surgió el Rey Celestial, Tenkou, una vez que el Rey Celestial puso en orden al universo pudo entonces permitirse la reproducción; Orihime, una de sus hijas, se caracterizaba por conocer bien el oficio de hilar y trenzar, tejía hermosas telas a orillas del Amanogawa, que mantenían en su lugar a las estrellas, sin embargo, esto consumía su tiempo dejándole poco y nada para el amor. Un día su padre, el Rey Celestial, concertó una cita entre ella y Hikoboshi, un exitoso guerrero que hacía poco había vencido a los chinos en una guerra. Al final, Hikoboshi resultó ser un demonio, demonio que al igual que Orihime, se enamoró al instante. Con el tiempo Orihime dejó de tejer hermosas telas para su padre, mientras que Hikoboshi dejó de ser un ávido guerrero, por lo que las estrellas pronto se dispersaron en el firmamento. El Rey Celestial, en su rabia, separó a los amantes, uno a cada lado del Amanogawa, prohibiéndoles verse. El llanto de Orihime conmovió, no obstante, a su padre, quien le permitió que únicamente el séptimo día del séptimo mes pudieran verse. Ella entonces convirtióse en Orihime, la estrella Vega, y él en Hikoboshi, la estrella Altair.

(Orihime y Hikoboshi, mito japonés)

Hashira sube al colectivo que le conducía hasta Hiratsuka a las seis y media de la tarde, con un tiempo fúnebre, británico, cubriéndole la cabeza. Hashira está siempre cabizbaja, con un mechón de rojo pelo pintado cubriéndole el ojo izquierdo, con los dos ojos bañados en tornasol negro, la lluvia le hacía llorar lágrimas de tinta. Está bajo ese efecto hipnótico que a todos pasa cuando llueve, en donde se tiene la costumbre de ver las gotas caer del otro lado de la ventana. Frente a Hashira estaba Tomoe, de largas trenzas negras constituidas por pequeños y negros nudos; Tomoe es de piel muy blanca y rasgos sumamente finos, con un traje invernal rosáceo fluorescente que contrasta de manera desconcertante y dislocada con Hashira, que viste de negro en el cuerpo y las uñas de pies y manos, toda una Gothic Lolita.

Tomoe se ha quedado viendo a Hashira ensimismada, tiene en sí una lindura espectral –cuasi perfecta, no es de piel blanca y tampoco de lindos rasgos, de hecho es tosca, es masculina, de nariz chata y ojos muy rasgados, de boca pequeña y cuello breve, de cuerpo algo relleno y piernas cortas; pero la ve, la ve mientras menea lentamente las piernas al tiempo que recita alguna canción pop que brota de su aparato mp3 o 4 o cualquier que en estos tiempos se maneje ya en Japón.

Ella maneja mis mismas perspectivas: Hashira esconde algún centro, algún tránsito perenne de cualesquiera cuestiones, maneja una respuesta, como los filósofos, maneja mil preguntas, como los poetas; rompe la endeble fortaleza del viento en cada ocasión en que acomoda su uni-mechón, se distienden trozos de aire sobre su rostro, puede mover constelaciones con tan sólo señalar estrellas, puede apaciguar al frío con tan sólo respirar sobre el cristal, ella lo está viendo, esos pequeños copos de hielo que se agrietan por la humedad de las fosas nasales “hashirienses”. Se voltea y, como siempre pasa, se queda viendo a quien la ve, sus ojos son de un negro reflectante, Tomoe se ve en los ojos del espectro que va del iris a la esclerótica.

-¿Vas al Tanabata? (1) —pregunta Tomoe con una sonrisa y sin romper las partículas ya disueltas.

La contraparte no responde, sólo niega con la cabeza, teniendo la delicadeza de sacarse de las orejas los auriculares al ver que la otra apenas si entreabría los pesados labios carnosos, así veía a Tomoe: Tomoe exalta lo incorpóreo, una insidiosa alegoría a cualquier cosa que en lo particular tiene que ser hermosa, susurra mil perdones, como un guerrero agredido en el orgullo, Fushō shita samurái, tiene un silbido mágico, una entrada sexual que va de su boca a la aorta, a la sangre, a la roja, roja vida, le envuelve en un hilo icónico arquetípico: una maid, una niña creída de las calles de Akihabara.

-No me gustan las celebraciones—dice por fin Hashira.

La sonrisa de Tomoe se esfuma ligeramente, mas al cabo de un rato la recupera de la mano de una nueva razón.

-¿Conoces la historia?

-¿Quién no?

-Es encantadora.

-Es ridícula.

Tomoe es terca, en verdad, y además siente que Hashira vale la pena.

-Quizás si te la cuento yo te resulte más entretenida.

-No, gracias—responde, mirando de nuevo al espejo mojado.

Cuando se sale de Tokio y se empieza a cambiar el gris por el verde y el metal por la tierra ocurre un suceso muy particular, al menos para mí es como cambiar de cuerpo: los pulmones se ensanchan por el aire libre de arcoíris y demás clorofluorocarbonos, las piernas se dilatan y los ojos se acalambran, sobre todo en esos paisajes de Kawasaki y Totsuka. Esto les pasa a las chicas y a todos aquellos que les rodean, quienes empiezan a verlas de la siguiente manera: primero está Hashira, la desadaptad social, la (in) emocional ingrata social, la insociable, la del anti tren, del anti tiempo, de los anticuerpos del proceso motor, del vapor que mueve a Shinjuku todos los días a las siete de la mañana. La otra es Tomoe, la prostituta sonrosada, la gatita internauta, la viandante de Akihabara al mediodía, la vendedora de productos, de la siempre-sonrisa-comercial, de las mascotas-colorido-empresariales. ¿Cuál de las dos es el misterio? No un misterio, el misterio.

Entran en Fujisawa.

-Falta poco—comenta Tomoe, entusiasmada.

-Ajá… —responde Hashira con hastío y sin dejar de mirar a través del cristal, sus tintadas lágrimas fuliginosas se han secado, dejando un camino bruno que se conduce desde los párpados a la parte superior de la mandíbula, Tomoe se fija en eso, pero siempre se detiene en la boca.

-Seguro que este año el Tanabata será hermoso, yo ya he escrito mis tanzaku (2), ¿quieres verlos?

-No.

-Cierto, si lo hicieras dejarían ya de ser deseos y no se cumplirían, tienen que mantenerse secretos, ¿no es así?

Hashira la recorrió de arriba abajo con mirada que recorre de un extremo al otro en sentido vertical.

-Me da lo mismo.

-¿Tú hiciste tus deseos?—pregunta con una sonrisa la cordial chica

Hashira alza una ceja, incrédula, no se puede ser tan animoso, vuelve a colocarse los audífonos mientras la otra fruncía el ceño.

El resto del viaje transcurre como todos los viajes transcurren, si ocurre algún cambio en particular fuera del hecho de que Tomoe reedita sus deseos en pequeños trozos de papel pues es ignoto.

El resto de los pasajeros descienden entre Chigasaki y Hiratsuka, a diferencia del tren Tōkaidō, el colectivo tiene como última estación Hiratsuka, le toma hora y media más llegar a allí que al tren, pero permite contemplar, entre otras cosas, esa mencionada conversión espíritu-corporal que se da entre Tokio y las provincias.

La estación, por cierto, está repleta a causa del Tanabata, miles de japoneses y extranjeros se entrecruzan entre las pisadas y las cañas de bambú de las que penden papelitos, papelitos con trozos de deseos, deseos con trozos de elementos particulares como: frustración, envidia, celos, egoísmo, pereza y todas esas cosas que conforman los deseos y los separan del actuar, pero en fin, todos se divierten, todos con sus kamigoromo o kimonos de papel, sus orizuru, kinchaku o toami (3) colgando de los pórticos y techos, todos con la esperanza vacua de los buenos deseos.

Tomoe se maneja de manera fantasmal entre las gentes, vestida aún de manera escandalosa, ata sus deseos a las cañas de bambú con la imagen de Hashira en el extremo más septentrional de sus pensamientos:

Donde han hecho un pacto la pasión y la demencia.

-Sasa no ha sara-sara… —van cantando todos.

Tomoe se rompe el primer tacón.

-Nokiba ni yureru…

Tomoe se rompe el segundo tacón.

-Ohoshi-samakira-kira…

Tomoe está llena de barro mientras en el piso llora.

-Kingin sunago…

El cielo está repleto de pirotecnia, luces technicolor rojo-púrpuro-amarillo-esmeraldo-celestes, con el césped mojado y la calle mojada el fervor es superior, ahora sólo llueve fuego del aire, fuego en forma de elementos, hay algunos fuegos que forman imágenes, kanjis, hay dos fuegos blancos que chocan en el aire,

son Orihime y Hikoboshi que en una noche como esta se amaron, quizás en la infinidad del espacio, quizás en el predio de la nada, quizás en un colectivo viajando de un extremo al otro del universo, quizás una sola amó a la otra y la otra ni le miraba, quizás se odiaban mutuamente, quizás, sólo quizás.

¿Será porque en el diario de Hashira hay una nota a pie de página enmarcada en matices pastel?

Sólo y meramente quizás… Estas han sido las mejores festividades hasta ahora.

1. Canción del Tanabata:

Sasa no ha sara-sara. Las hojas de bambú susurran.

Nokiba ni yureru. Temblando en los aleros, a lo lejos.

Ohoshi-samakira-kira. Las estrellas brillan.

Kingin sunago. Granos de arena dorados y plateados.


1. Tanabata: Festival de las estrellas, festividad japonesa del séptimo día del séptimo mes, según el calendario lunisolar japonés.

2. Tanzaku: forma de escritura poética mediante la cual, usualmente, se escriben los deseos durante el Tanabata.

3. Orizuru, kinchaku, taomi: decoraciones simbólicas del Tanabata. 3. Orizuru, kinchaku, taomi: decoraciones simbólicas del Tanabata.


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