Corusanta


(Primera Parte)

¿Quién ha escondido el amor por lo extinguido en una lata de recuerdos?

Veo caer el mar con sórdido estupor,

las olas (pálidas) se arrejuntan en los cuerpos encallados.

Cuando abres la boca tu voz ya no es tan tuya,

y un sonido constante, como de estática, grita alebrestado

Encalló en tu espíritu un corpus de devastación.

¿Qué te han hecho, corazón, que ya no sientes?

¿Quién palpita entre tus manos todo un mundo?

Veo que has perdido el rumbo.

Has escondido el querer de lo sagrado en aquel diván escrupuloso

Y entre la espuma burbujas témpanos giratorios.

¿Han dibujado un afán en tu memoria, un espejo reposado?

Hablemos entonces de mí

El caos en la despensa hace de mis sueños un fotograma, una telepatía

En la lejanía percibo los paisajes negros de Corusanta

Las nubes negras sobre los negros tejados

¿Dónde te han perdido los gritos en latín?

Fortuna tua lusisti.

Multi in mari morietur

Hay una prosperidad que corona con flores mi tumba

¿Es esa mi tumba junto al corrompido hombre acolmillado?

Tambor, tambor muerte, tambor golpe sobre la sien atrompetada.

¿Puedes escuchar acaso la latina ventura de un magno pueblo?

Están barreando marcas en las huellas los zapatos.

Están dedeando huellas en los vidrios las manos.

Ahora una araña espectacular nos saluda con su pinta lamparícea.

Hemos intentado danzar un vals mortuorio

Una sombra oscura de rusos en trajes caros

¿Qué te han hecho, religión, que no me inquietas?

¿Quién te ha roto, laminar, que me martillas?

La casa que vencía a las sombras.


“¿Cómo podría confundirme con aquellos, que hoy ya son escuchados? Sólo el pasado mañana me pertenece. Algunos nacen póstumos”.

Friedrich Nietzsche.


Las circunstancias tan subjetivas que rodean los múltiples puntos de vista del estudiantado de la Academia, como preciso denominar a la magna casa de estudios venezolana, se encuentran ampliamente diversificadas; unos, a lo sumo, responden vagamente ante una problemática tan importante como lo es la seguridad e integridad del estudiantado que asiste a este lugar en pos de profundizar sus conocimientos, fuere la rama que fuere, a este tipo de personas en particular debe tenérseles lástima, es imposible no sentir, no apreciar a la Academia como parte de tu condición humana, es ilógico e incluso amoral actuar con vacuidad; esa simpleza, esa insipidez del alma que implica no sentir ningún dejo de preocupación por las generaciones futuras, por la generación que te rodea, por nada más allá de ti mismo. Otros, en cambio, integran tan profundamente su sentir, su juicio y opinión en los mares de la sabiduría académica que son simbióticos a ella, velan por ella, su corazón palpita al compás, con la misma cadencia de los gritos libertarios, aquellos que buscan desarticular el instrumento de opresión que implica el concepto universidad.

Universidad y Academia son dos conceptos diferentes, la Universidad es un concepto superfluo, es un método de coacción a través del cual se manejan quienes bien puedan, intentando subyugar las mentes del hombre joven. La Academia es todo lo contrario, es una estimulación, una invitación a pensar, a analizar, debatir y distinguir los razonamientos, es una lógica de la vivencia, un templo desde el cual es posible obtener las herramientas que permiten al hombre ser pensante. ¿Qué se pretende entonces del estudio superior? ¿Una universidad o una academia? Esto es una lucha de conceptos entre quien tenga la intención de someter, de avasallar, y aquellos otros que, me incluyo, no tenemos la más nimia intención de permitirlo, sino más bien de reaccionar a la postre de los tiempos, construyendo, mediante los métodos que sean necesarios, una nueva educación y una nueva instancia educativa. Nótese que un estudiante académico, a diferencia del oprimido estudiante universitario, no exige, construye, la exigencia es para el hombre de mente débil, para aquel que no es capaz de construir y permite a los otros hacerlo por él; exigir es permitir el yugo, exigir permite al exigido decidir cómo proceder, le da poder. El estudiante académico, que siempre es una minoría, crea, edifica, funda. No hay que preocuparse, siempre las minorías erigieron el sendero de los hombres.

El hombre es un societas effectus, el producto, la consecuencia de una sociedad, sin sistema que lo forme el hombre es primigenio, pues sus ideas y pensamientos no pueden ser puestos en práctica. Dirán algunos: “¿Qué puede decirse entonces de los reformadores del sistema?”, se dirá de ellos que fueron hijos del sistema del cual procedían, sólo así fueron capaces de contradecirlo, o en su defecto, de mejorarlo. Retrocediendo sobre nuestros pasos, aquellos que demuestran una clara tendencia hacia el ostracismo académico y que consideran a la educación superior únicamente como un objetivo que debe circularse y nada más, así sea haga de manera mediocre, bien pueden abandonar sus estudios, para la sociedad sólo serán uno más, parte del vulgo, se convertirán en masa capaz de ser manejada y relegada, no en hombres pensantes.

La Academia es un templo al que debo agradecer su modus discendi: eminentemente introspectivo, pero aún así dispuesto a las comparaciones, al estudio tanto empírico como histórico, tanto fenomenólogo como análogo. Personalmente suscribo a la fenomenología, como estudiante de humanidades, para desarrollar la presente redacción.

Lo que hoy se ve y se palpa entre los pasillos de las instituciones de educación superior en Venezuela tiene, de por sí, una raíz psicológica: el desencanto; pero debe tomarse muy en cuenta los efectos de esto en sus receptores. Si retomamos las tipologías del estudiantado, el universitario sentirá desilusión ante la nulidad de las leyes, ante la incompetencia de los rectores, la corrupción de las fuerzas de la ley, se decepcionará de los problemas del estado, de la podredumbre social, pero su inhabilidad para hacer algo, además de su poca intención de hacerlo, lo convierten en parte de ese proceso de descomposición de las bases pensantes, ellos mismos se desentienden de la matriz, convirtiéndola en lo que denominan “elite”: Habrán quienes la criticarán, pero ha sido decisión suya aceptar, como normal, lo que está mal. El académico en cambio, bien verá pasar estos problemas con ojo avizor, e irá cuestionándose a sí mismo sus propias presunciones y teorías, presupondrá y se equivocará, analizará, comparará y eventualmente, actuará. La única manera de cambiar nuestro futuro, es actuando sobre y desde nuestro presente, la verdadera incompetencia está en la constante inconformidad, la solución está en aquello que puede hacerse para reformar, moldear, reaccionar ante tu micromundo.

La Academia se diferencia también de la universidad por su método de enseñanza, la universidad propende a una educación de la memoria, sus competencias están estructuradas en base a un sistema educativo industrial, del siglo pasado, donde se instaba a convertir a los alumnos, bien en desertores que tendían a la masa de obreros o bien en hombres incapaces de deliberar, cuyo título poco o nada decía de sus capacidades de resolución. El método de enseñanza académico insta a pensar, a desarrollar y resolver acertijos, a construir las verdades desde sus cimientos, a reconstruir la historia de forma retrospectiva, pero sobre todo a dudar, a dudar y a contradecir con fundamento.

Dijo Aristóteles: “Adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene una importancia absoluta”. Si bien es en los estudios superiores donde se tiene la posibilidad de observar al mundo desde un punto de vista preferentemente empírico, es en el hogar en donde se siembra la raíz de esa sed indagatoria. No obstante, tengo la teoría de que la Academia es, en realidad, la última gran chance humana para corregir los defectos precedentes, sobre todo esa insulsa perspectiva de la vida que en toda medida tiende hacia lo pueril, lo vano de las experiencias vividas o por vivir.

Hay que profundizar un poco más lo siguiente: la delincuencia dentro de los institutos educativos, enfocándonos particularmente en aquellos en donde se rinden estudios superiores. ¿Qué explicación puede tener esto? Más a partir de aquí, ¿qué explicación puede tener la nula participación de los dirigentes estudiantiles en conformidad con los dirigentes docentes y rectorales? Estos últimos en particular, si bien hacen escuchar su voz es para decir alguna extravagancia casi ridícula, alguna obviedad que el estudiantado ya conoce. Sólo por suposición, hace no mucho alguien habrá dicho: “Sí, efectivamente la delincuencia parece haber aumentado en las últimas fechas”. Escupir lo tácito en la cara de quienes padecen la realidad es una forma de burla que pertenece a las coacciones indirectas, no comprenden los dirigentes que han encendido, y no imprecisamente, la llama de la reacción, las voces realmente reaccionarias. Su poder es neblinoso y lo comprenden, pero algunos tienen la insensatez de doblarlo y retorcerlo hasta sus últimas consecuencias.

Atrás están quedando las minorías universitarias, la academia está creciendo de manera paulatina en las mentes del estudiantado, tienen en sí la llama del reto, la voz de la insubordinación. Hablo de una sedición pensante, organizada, propia de la academia, no a la típica movilización “revolucionaria” que simpatiza más bien con la anarquía.

En este mismo orden de ideas, poco cuesta tomarse la molestia de inquirir, de preguntar al estudiante de a pie sus propias teorías; esta es una invitación, teorizar estimula la mente del hombre, teorizar estimula las respuestas, otorga las soluciones. Hay que poner sobre el contexto las particulares visiones, compararlas, hay que responder con una voz unificada en base un consenso.

Algunos sentirán interés por las metodologías gubernamentales, otros por las de la dirección estudiantil, a estos grupos particulares les informo que la única verdad absoluta es la del estudiante académico, sea su palabra pueril o no, es él quien otorgará el dictamen final. Es hora de dejar de lado los puntos de vista compartidos con estos triviales focos del poder, la verdadera respuesta a los problemas de la delincuencia están en la falta de fe, la falta de refutación por parte de un estudiantado que, se espera, sea hasta dentro de muy poco “universitario” y pase a formar parte de las filas de los reaccionarios.

Los solicito: el único temor plausible es aquel que debe tenerse a sí mismo, témete si eres incapaz de responder a tus problemas, témete si permites que el hegemón te pisotee, témete si te consideras incapaz o inhábil para alzar la voz de tu consciencia, témete si actúas con debilidad e inconstancia entre tu razón y tus acciones, témete si temes a otros, témete si eres dócil a otros, témete si, al día de hoy, no has sido capaz de alzar el puño en señal gloriosa y gritar: ¡Pro patria et Academia!

Andrés della Chiesa

Buenos Aires – 18 de Mayo de 2011.

Los beneficios de la piel


A Mariana le gusta dejar todo a la imaginación, y aquí, que somos todos unos imaginadores profesionales, aprovechamos la oportunidad para llenarnos los labios de intriga cuando Mariana se viste de puta. Yo, particularmente, soy quien más se exalta por las curvas y rincones sin salida que su morena piel me ofrece, con las dos manos me hago un nudo en la cintura desde los cabellos arremolinados que nacen de su bronceada nuca y sin respirar salto, al encuentro con los hombros romos de los que nacen una pierna chueca, un ojo dislocado, dos dedos confundidos, una tercera boca que combina con la que está en la cara y la otra por encima del ombligo. Con una mano se sostiene el negro seno, del cual nace la pierna escandinava que para nada combina con el resto de su deformidad, el pie cae sobre la vagina y la aplasta con sus siete frágiles y cadavéricos dedos de aspecto hediondo, el torso extendido señala a la primera de las sonrisas, que late desde el cuello hasta las nalgas, que se posan sobre el cabello enredado en el también desnudo pene.

Mariana empieza a quejarse de la luz, el mal aspecto de la fotografía está en culpar a la luz, nunca confié en estas polaroid y su instantaneidad, pero tampoco puedo confiar en ella y sus curvas cortadas por las articulaciones rotas y las puntas del fin del hueso. Posa de manera diferente, ahora el negro seno se multiplica y se enturbia alrededor de sus labios, mis dedos se accionan enloquecidos, marcando flashes y flashes estroboscópicos y radiográficos, Mariana se mueve extasiada como si cada relámpago significara un orgasmo, se agita, le caen pesadas gotas de sudor en lugares adonde mi imaginación no alcanza a dilucidar.

“La ventana de atrás”, se queja, la luz, la bendita luz está mal enfocada, no está subrayando la perspectiva acordada, no está surcando la espalda y las mejillas como habíamos quedado, le está distorsionando los pezones y las uñas.

-Estás empezando a irritarme—le comento mientras cambio el rollo de la cámara y me acerco para cubrir cortínicamente la lucecita del carajo.

-¿Mejor?—le espeto.

Ella se limita a asentir y yo a continuar con la sesión.

-Ponte de lado, para captar desde la vesícula biliar hasta el fin del dedo meñique.

Ella sigue mis indicaciones al pie de la letra, cuando quiere lo hace, cuando no, se niega con sus maneras sombrías a cumplir las fantasías anatómicas que mi cámara exige. Vuelve a contorsionarse, no lo comprendo del todo ahora que le removí el flash, probablemente hay cierto placer en la desnudez, en las frivolidades de caminar en pelotas por la calle del medio, mientras todos te ven y señalan boquiabiertos, ojicerrados, culoexpectantes, esas formas son de gente necia que tiene miedo a su propia imagen en el espejo. Ni de gordas ni de monstruosidades, la más terrible de las fealdades se lleva en el occipucio.

-Enfócame aquí, aquí, dónde me gusta—me exige Mariana agarrándose el lumbar con la cadera izquierda.

-Necia, necia, ten paciencia, acá el fotógrafo soy yo—agregué, abriéndole de piernas para vislumbrar mejor las muelas.

Ella se dejó toquetear por mí, el cazador de imágenes, confiaba en mi profesionalidad, en mis laxas intenciones de violación, perversión y posesión, en la incapacidad de mis dos manos para condensar sus múltiples cavidades. ¡Ay de ti, Mariana, que crees en vano en este lente de cámara mientras el ojo que atrás todo lo ve crea constelaciones de carne en tu útero!

Se doblega hacia atrás, entreabriendo la boca que está en su rostro, sus labios de vulva, gruesos, dejan entrever el piercing que se colocó el mes pasado, las pupilas le cae pesadamente, casi malintencionadamente.

-No aprietes los ojos, no se ve natural.

-No los estoy apretando.

-Los estás apretando, el fotógrafo acá soy yo y sé cuando se aprietan unos ojos.

Se ofuscó, cubriéndose el olecranon con la tabaquera.

-¡Coño, pero no seas necia, además de que tienes ojeras tengo que soportar que te cubras tus partes?

-No tengo ojeras, es la luz que no me abriga bien.

-El fotógrafo acá soy yo y sé diferenciar las ojeras de las sombras.

Se calló de nuevo, pero ahora no se cubrió nada, me quedé un momento contemplándole las extremidades, eran una, dos, tres, cinco, pulposas, con ventila, con pelotes larguísimos que recorrían de arriba para un lado y de ahí para abajo. Empezó a envolverse en sus propios pelos para cambiar la toma, corregí la orientación, la velocidad de obturación y cambié la lente por una con mayor enfoque. Dejé que se tomara su tiempo en ceñirse, encerrarse, en crear ese extraordinario cerco secreto del que me desvié un instante, concentrándome en dos pequeños cuadritos que pendían de la pared de atrás, justo a un lado de la ventana, que por cierto ya me hartaba, porque desde que llegué había estado abriéndola y cerrándola, cortineándola y luminizándola, eran cuadritos humildes, de 4 por 4, uno con un fondo anaranjado y una figurita echa de pocas líneas que simbolizaban una cabeza, piernas y brazos; el otro cuadro, un poquitín más detallado, mostraba un seno cuneiforme en el medio, atrás un celeste cielo celestial, con dos nubes de algodón, adelante tres hombres sentados en posición de descanso, meditativa, un arma muy grande, un vaso muy pequeño.

-Espero que me estés captando bien el ángulo.

-Tranquila, intento concentrarme, necesito inspirarme para encontrar la raíz de lo que intento proyectar.

-¿Y si te digo cosas sucias?—me preguntó con gesto sugestivo.

-No, no, por favor…

Algo de música, eso a todos nos inspira en la constelación del imaginativo, algo de ron, algo de hierbas, cada fotografía es una galería de fantasmas digitales, un dígito de sombras sonrientes. Estoy esperando en vano a que Mariana me suspire una codicia, que se apure, que se apure, que no se quede estática y con las piernas informes sobre la “cosa esa”: Tomé una fotografía más, sólo una más, saqué el papel de la cámara y lo dejé a un lado, esperando a que se revelara, coloqué sobre la mesa la pesada cámara y tomé asiento frente al cuerpo multifacético de Mariana, ahora desnuda, ahora emputecida.

-¿Y bien?—me preguntó.

-Cuando hay un dejo de humanidad…—empecé, arremangándome la camiseta— Es lo más humano que jamás nadie verá.

Ella asintió en silencio, quitándose el traje de desnuda puta y colocándose las botas de vinilo.

-Gracias por la sesión—me dijo.

-Gracias a ti—le contesté yo, mirándole fijamente la esclerótica.

Y entonces me dejó solo, en la habitación, con las fotos, las cuales empecé a ojear incluso antes de que terminaran de revelarse, en ese preciso instante en que se encuentran transitando el limbo entre la realidad tangible y el espectral ilusivo, se degradan en sentido contrario, se mejoran. Me quedo tanteándolas, observando mi obra, el trabajo de horas y horas en continuo movimiento del dedo índice, qué bien que he captado la forma de la ventana.

Me gusta dejar todo a la imaginación.

Veritas


Para mí Argos es la vida poética, vida vivida, Argos es cosa, es un quién, es un cuándo, sos vos. Argos es morir en tus brazos, es buscarme en tu mariposa y otras cosas. Argos es el porqué de los adónde, es tenerte ahora y hacerlo de nuevo y calvo, es el acabóse ahora es cuando. Argos es muchacha maldita, es muchacha que vuela, Argos ha sido escrita por Benedetti, Girondo y Gelman. Es la vida que quisiera de vivir vivo, desearte me hace criminal, traidor, maligno, perverso, conjurador, protervo. Argos es arañarte la espalda mientras gritas, gritas: ¡me he enamodiado de ti! Quisiera yo, Argos, sólo yo mundanearte.

Mujer de Letras

Digamos que, a pesar de mi falta de carne, sangre y órganos no dejo de ser mujer; digamos que mi cuerpo está conformado por oraciones, esas oraciones por palabras, esas palabras por fonemas; digamos también que mis brazos son una oración, una larga, algo como: “inmediatez perdida en la nada, consumida, híper con

centrada”.

Mi rostro dice: “lo veo así, restante, cuello lacivo”. Mi cuerpo habla de una danza palabrera, morfosintáctica; mis hombros afirman, mi pecho conjetura, mis piernas se preguntan, tengo las piernas más largas que el mundo haya parido. Soy una mujer hecha de letras, una mujer única en mi especie. Muchas dirán que saben de letras o que incluso les rellena el mismo material que a mí, pero eso no son más que metáforas; yo soy, literalmente, una mujer hecha con letras.

Esto no es siempre bueno: la delicadez de las palabras que surcan mis manos me dificulta el sostener las cosas. No puedo agarrar, ni soportar; por terminar mi mano en una A no tengo enganche, y si intento hacerme del TR termino rasgando las cosas, pellizcando, haciendo daño. Quiero acariciar y no puedo, en el otro brazo, “como la dama que quería navegar”, no hay mano. ¿Cómo apreciar la profundidad y el volumen de las cosas con una C y una A?

¿Y si un hombre quiere besarme el cuello? ¿Cómo acariciar húmedamente la aspereza de la L? ¿Cómo encontrarme el latido, saber lo que me excita cuando no hay ligamentos que me unan los hombros a la cabeza? Todo está construido anagrámicamente, con cabellos que son elongaciones de la L, de la V y de la nada. Mi pecho tiene la rareza de decir lo que siento, está a la vista de todo el mundo. Revela mi estado anímico y eso me da vergüenza, todos pueden ver si he tenido un desamor, si se me atoró una oración en el picaporte o si no me he puesto mis sustantivos al salir del baño, ¡qué vergüenza, qué vergüenza!

Por ejemplo, supongamos que un día he despertado muy artista, no se extrañarían de ver que mi pecho diga algo como: “no hay medidas para lo que se siente en la mariposa, que posa loca, amenazante”; o aquellos días donde despierto malhumorada y dice que ‘diga’: “¡Cállate, caballero impetuoso!” Esas cosas me pasan a menudo. Quizás lo bueno sea evitarme esas típicas preguntas ridículas como: “¿Estás bien? ¿Qué te sucede? ¿Puedo ayudarte?” De cualquier manera me sirvo sola, si estoy mal no hay nada que un tachado, un borrador o una nueva palabra no puedan cambiar. Si quiero demostrar algo me lo subrayo o me pongo en negrita. ¿Olvidé acaso decir que soy una mujer cursiva?

Tengo muy buenas caderas, danzan al ritmo de la nada algunizada, sostienen el peso de mis párrafos superiores, son el inicio de mis capítulos siguientes. Al bailar las piernas se me entrecruzan, la de atrás es muy ambigua. ¿Cree usted que se puede presumir? ¡Si! ¡No! La de adelante, más equilibrada, no te dice nada, pero vaya que te deja en claro las cosas. Muchos han tratado de ponerme en perspectiva, como cosa común sus palabras son siempre vacías, sin importar el lenguaje que utilicen. Cuando se pretende ser profundo no importa realmente el lenguaje, si es soez o si es complejo, quien sepa entender entenderá, los que sabemos ver veremos. No trates de engañar al mundo con tus palabras vacías, mentiroso, que mis piernas todo lo exponen.

Por ser como soy, soy. Soy sensible y delicada, frágil ante el agua y las manos, ante el fuego y el tiempo. ¿Quién me encontrará un impetuoso caballero, un maldito caballero, insistente y soñador, un caballero hecho de letras como yo? No, esos ya no existen, la soñadora soy yo. Sueño con parapetos consonánticos, barricadas vocales, murallas fricativas, fronteras oclusivas, velares, palatales, alveolares.

¿Han escuchado esas danzas eslavas? Opertura cuarenta y seis, la primera, en C Mayor, toda Dvoraika, toda “eslava”. Imagínenlo un segundo al cerrar los ojos y recreen mis anónimas caderas moviéndose al compás, dando vueltas de trescientos sesenta grados con los brazos en alto, << ¿Dama prohibida que dice…?>>. ¿No es maravilloso? ¿Quién no desearía una mujer cual ven ahora? Letrada, hermosa, de buenas curvas, alegre, jovial, misteriosa, sensual, primitiva. ¿Qué? ¡Ah, claro! Han estado burlándose a mis espaldas, se burlan de mi carencia de rostro, de mi falta de nariz y sesos, de tripas y dedos de los pies; han jugado al interés los últimos minutos y son todos, por demás, superficiales.

¿Y si de pronto esa danza se hiciera magistral? Ya saben, de enormes lámparas arácnidas colgando de un techo a veinte metros del suelo, de enormes vestidos corseteados y mecanizados, de dos pasos a la izquierda y dos a la derecha. ¿Tampoco? ¡Maldito, maldito papel endeble, maldito papel que se dobla y se quema, que se corta y se disuelve!

Qué lastimera ironía, qué cruda y sarcástica vanguardia el que ustedes, mujeres de carne, con sus pezones de carne y no puntos de íes no tengan entre las cejas más que la pituitaria, a mi me el grafito me putea, me viola, me mundanea. Tengo una vida muy corta: algún día, alguien, quien sea, se abrirá de piernas y me cajoneará, me voy a humedecer, me voy a enmohecer. Vívanme una vida, un mes, una semana, un segundo, sólo eso, háganlo. Si lo hacen, no hará falta una mujer verdadera nunca más, para verdadera yo, carajo.


Poeta


Soy un poeta de esos azarosos malaventurados

Mal vestidos, malparidos, malos.

Uno que se levanta tarde, indisciplinado, sucio.

Impaciente, violador, intangible.

Soy uno de esos poetas únicos, ilícitos, vertiginosos.

Esos que en todo ven “algo ahí” diferente, morrocotudo.

De los que nada ven “más allá” igual, microscópico.

Un poeta de la sangre, del amor, de los huevos fritos.

Del desamor, de la muerte, un poeta de la poesía.

Soy… vaya, parece que soy… un poeta como cualquier otro.


Rukkusu


En un principio existió el caos, hasta que de la nada surgió el Rey Celestial, Tenkou, una vez que el Rey Celestial puso en orden al universo pudo entonces permitirse la reproducción; Orihime, una de sus hijas, se caracterizaba por conocer bien el oficio de hilar y trenzar, tejía hermosas telas a orillas del Amanogawa, que mantenían en su lugar a las estrellas, sin embargo, esto consumía su tiempo dejándole poco y nada para el amor. Un día su padre, el Rey Celestial, concertó una cita entre ella y Hikoboshi, un exitoso guerrero que hacía poco había vencido a los chinos en una guerra. Al final, Hikoboshi resultó ser un demonio, demonio que al igual que Orihime, se enamoró al instante. Con el tiempo Orihime dejó de tejer hermosas telas para su padre, mientras que Hikoboshi dejó de ser un ávido guerrero, por lo que las estrellas pronto se dispersaron en el firmamento. El Rey Celestial, en su rabia, separó a los amantes, uno a cada lado del Amanogawa, prohibiéndoles verse. El llanto de Orihime conmovió, no obstante, a su padre, quien le permitió que únicamente el séptimo día del séptimo mes pudieran verse. Ella entonces convirtióse en Orihime, la estrella Vega, y él en Hikoboshi, la estrella Altair.

(Orihime y Hikoboshi, mito japonés)

Hashira sube al colectivo que le conducía hasta Hiratsuka a las seis y media de la tarde, con un tiempo fúnebre, británico, cubriéndole la cabeza. Hashira está siempre cabizbaja, con un mechón de rojo pelo pintado cubriéndole el ojo izquierdo, con los dos ojos bañados en tornasol negro, la lluvia le hacía llorar lágrimas de tinta. Está bajo ese efecto hipnótico que a todos pasa cuando llueve, en donde se tiene la costumbre de ver las gotas caer del otro lado de la ventana. Frente a Hashira estaba Tomoe, de largas trenzas negras constituidas por pequeños y negros nudos; Tomoe es de piel muy blanca y rasgos sumamente finos, con un traje invernal rosáceo fluorescente que contrasta de manera desconcertante y dislocada con Hashira, que viste de negro en el cuerpo y las uñas de pies y manos, toda una Gothic Lolita.

Tomoe se ha quedado viendo a Hashira ensimismada, tiene en sí una lindura espectral –cuasi perfecta, no es de piel blanca y tampoco de lindos rasgos, de hecho es tosca, es masculina, de nariz chata y ojos muy rasgados, de boca pequeña y cuello breve, de cuerpo algo relleno y piernas cortas; pero la ve, la ve mientras menea lentamente las piernas al tiempo que recita alguna canción pop que brota de su aparato mp3 o 4 o cualquier que en estos tiempos se maneje ya en Japón.

Ella maneja mis mismas perspectivas: Hashira esconde algún centro, algún tránsito perenne de cualesquiera cuestiones, maneja una respuesta, como los filósofos, maneja mil preguntas, como los poetas; rompe la endeble fortaleza del viento en cada ocasión en que acomoda su uni-mechón, se distienden trozos de aire sobre su rostro, puede mover constelaciones con tan sólo señalar estrellas, puede apaciguar al frío con tan sólo respirar sobre el cristal, ella lo está viendo, esos pequeños copos de hielo que se agrietan por la humedad de las fosas nasales “hashirienses”. Se voltea y, como siempre pasa, se queda viendo a quien la ve, sus ojos son de un negro reflectante, Tomoe se ve en los ojos del espectro que va del iris a la esclerótica.

-¿Vas al Tanabata? (1) —pregunta Tomoe con una sonrisa y sin romper las partículas ya disueltas.

La contraparte no responde, sólo niega con la cabeza, teniendo la delicadeza de sacarse de las orejas los auriculares al ver que la otra apenas si entreabría los pesados labios carnosos, así veía a Tomoe: Tomoe exalta lo incorpóreo, una insidiosa alegoría a cualquier cosa que en lo particular tiene que ser hermosa, susurra mil perdones, como un guerrero agredido en el orgullo, Fushō shita samurái, tiene un silbido mágico, una entrada sexual que va de su boca a la aorta, a la sangre, a la roja, roja vida, le envuelve en un hilo icónico arquetípico: una maid, una niña creída de las calles de Akihabara.

-No me gustan las celebraciones—dice por fin Hashira.

La sonrisa de Tomoe se esfuma ligeramente, mas al cabo de un rato la recupera de la mano de una nueva razón.

-¿Conoces la historia?

-¿Quién no?

-Es encantadora.

-Es ridícula.

Tomoe es terca, en verdad, y además siente que Hashira vale la pena.

-Quizás si te la cuento yo te resulte más entretenida.

-No, gracias—responde, mirando de nuevo al espejo mojado.

Cuando se sale de Tokio y se empieza a cambiar el gris por el verde y el metal por la tierra ocurre un suceso muy particular, al menos para mí es como cambiar de cuerpo: los pulmones se ensanchan por el aire libre de arcoíris y demás clorofluorocarbonos, las piernas se dilatan y los ojos se acalambran, sobre todo en esos paisajes de Kawasaki y Totsuka. Esto les pasa a las chicas y a todos aquellos que les rodean, quienes empiezan a verlas de la siguiente manera: primero está Hashira, la desadaptad social, la (in) emocional ingrata social, la insociable, la del anti tren, del anti tiempo, de los anticuerpos del proceso motor, del vapor que mueve a Shinjuku todos los días a las siete de la mañana. La otra es Tomoe, la prostituta sonrosada, la gatita internauta, la viandante de Akihabara al mediodía, la vendedora de productos, de la siempre-sonrisa-comercial, de las mascotas-colorido-empresariales. ¿Cuál de las dos es el misterio? No un misterio, el misterio.

Entran en Fujisawa.

-Falta poco—comenta Tomoe, entusiasmada.

-Ajá… —responde Hashira con hastío y sin dejar de mirar a través del cristal, sus tintadas lágrimas fuliginosas se han secado, dejando un camino bruno que se conduce desde los párpados a la parte superior de la mandíbula, Tomoe se fija en eso, pero siempre se detiene en la boca.

-Seguro que este año el Tanabata será hermoso, yo ya he escrito mis tanzaku (2), ¿quieres verlos?

-No.

-Cierto, si lo hicieras dejarían ya de ser deseos y no se cumplirían, tienen que mantenerse secretos, ¿no es así?

Hashira la recorrió de arriba abajo con mirada que recorre de un extremo al otro en sentido vertical.

-Me da lo mismo.

-¿Tú hiciste tus deseos?—pregunta con una sonrisa la cordial chica

Hashira alza una ceja, incrédula, no se puede ser tan animoso, vuelve a colocarse los audífonos mientras la otra fruncía el ceño.

El resto del viaje transcurre como todos los viajes transcurren, si ocurre algún cambio en particular fuera del hecho de que Tomoe reedita sus deseos en pequeños trozos de papel pues es ignoto.

El resto de los pasajeros descienden entre Chigasaki y Hiratsuka, a diferencia del tren Tōkaidō, el colectivo tiene como última estación Hiratsuka, le toma hora y media más llegar a allí que al tren, pero permite contemplar, entre otras cosas, esa mencionada conversión espíritu-corporal que se da entre Tokio y las provincias.

La estación, por cierto, está repleta a causa del Tanabata, miles de japoneses y extranjeros se entrecruzan entre las pisadas y las cañas de bambú de las que penden papelitos, papelitos con trozos de deseos, deseos con trozos de elementos particulares como: frustración, envidia, celos, egoísmo, pereza y todas esas cosas que conforman los deseos y los separan del actuar, pero en fin, todos se divierten, todos con sus kamigoromo o kimonos de papel, sus orizuru, kinchaku o toami (3) colgando de los pórticos y techos, todos con la esperanza vacua de los buenos deseos.

Tomoe se maneja de manera fantasmal entre las gentes, vestida aún de manera escandalosa, ata sus deseos a las cañas de bambú con la imagen de Hashira en el extremo más septentrional de sus pensamientos:

Donde han hecho un pacto la pasión y la demencia.

-Sasa no ha sara-sara… —van cantando todos.

Tomoe se rompe el primer tacón.

-Nokiba ni yureru…

Tomoe se rompe el segundo tacón.

-Ohoshi-samakira-kira…

Tomoe está llena de barro mientras en el piso llora.

-Kingin sunago…

El cielo está repleto de pirotecnia, luces technicolor rojo-púrpuro-amarillo-esmeraldo-celestes, con el césped mojado y la calle mojada el fervor es superior, ahora sólo llueve fuego del aire, fuego en forma de elementos, hay algunos fuegos que forman imágenes, kanjis, hay dos fuegos blancos que chocan en el aire,

son Orihime y Hikoboshi que en una noche como esta se amaron, quizás en la infinidad del espacio, quizás en el predio de la nada, quizás en un colectivo viajando de un extremo al otro del universo, quizás una sola amó a la otra y la otra ni le miraba, quizás se odiaban mutuamente, quizás, sólo quizás.

¿Será porque en el diario de Hashira hay una nota a pie de página enmarcada en matices pastel?

Sólo y meramente quizás… Estas han sido las mejores festividades hasta ahora.

1. Canción del Tanabata:

Sasa no ha sara-sara. Las hojas de bambú susurran.

Nokiba ni yureru. Temblando en los aleros, a lo lejos.

Ohoshi-samakira-kira. Las estrellas brillan.

Kingin sunago. Granos de arena dorados y plateados.


1. Tanabata: Festival de las estrellas, festividad japonesa del séptimo día del séptimo mes, según el calendario lunisolar japonés.

2. Tanzaku: forma de escritura poética mediante la cual, usualmente, se escriben los deseos durante el Tanabata.

3. Orizuru, kinchaku, taomi: decoraciones simbólicas del Tanabata. 3. Orizuru, kinchaku, taomi: decoraciones simbólicas del Tanabata.