Explicación número 1.


Escribiré, expondré mis impresiones, buscaré ser conciso para que todos, todos en absoluto, puedan entender, sea directamente o entre líneas, la manera en que ha funcionado mi mente la última semana.


Ésta ha sido la semana más difícil de vivir para mí desde que llegué a éste país, estoy, en estos momentos, absolutamente enclaustrado en mi habitación, divagando entre las palabras de mis antiguos compañeros letrados y ríos de ensayos y evaluaciones que no me llevan a ningún lugar. Ensayos y evaluaciones que me han afirmado una verdad ineludible: mi templo, mi sagrado santuario no está en un lugar específico, está donde yo quiero que esté, y yo escogí que estuviera, hace ya más de año y medio, en el pasillo de Letras de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela.

Soy un espectro robotizado, soy una máquina vacía de toda condición humana. Lo que debía esperar nunca llegó y lo que ha llegado me mantiene a la espera. ¿De qué manera puede procederse en un ambiente tan hostil? Yo jamás me he rendido, sabrán ustedes, no es para mí un acto de rendición. Cada nueva petición de retorno es un nuevo instante carboníceo, una humareda más en la locomotora en la que decidí instalarme, sin saber adónde me lleva, sin entender el porqué de éstos oscuros parajes.

Busco todavía, en lacónicos momentos, darle fundamento a mis acciones, encontrar las razones fundamentales que me empujaron a ésta decisión que hoy tiene un parecer tan precipitado. Compréndanme: el pneuma lo exigía.

La Universidad de Buenos Aires es una instancia respetable, es un montón de edificios viejísimos, llenos de profesores aún más viejos, son facultades que facultan con escuelas que escuelizan, pero todavía no aprendo nada, he llegado para enseñar y nadie tiene la pretensión de aprender.

¿Dónde está la humanidad? ¿En dónde están esos hombres y mujeres almíceos, creativos, templados, que llevan consigo su templo a todas partes?

Me estrellé con una educación de la memoria, ¿qué memoria? ¡Si yo no tengo! Nací amemoriado, ¿Dónde están esos procesos febriles de culturización, los cafés poéticos, las editoriales que te editan, en dónde están las conversaciones ilustradas que derivan siempre en sexo un miércoles a las cinco de la tarde? ¿Dónde está mi campus de devastación? ¿Qué amigo, cuál amigo, qué es eso?

He intentado sentir en mi cuerpo algo que no pueda confundir fácilmente con el frío; temo que, cuando acabe el invierno, mi piel se vuelva flácida de emociones, de nostalgias, de arrepentimientos. Temo temiblemente a esto último en particular.

No, tu progenie ha puesto en ti su patrimonio, patrimonio indivisible, insoluble, invomitable. Estás atado por compromisos, por primas compras, atado, atado, atado.

Los maestros se han callado las respuestas, me han soltado a mis anchas, comprendo en mí una labor más allá de la academia, por sobre los papeles y papiros.

No sé qué decir de ayer, de las venidas orales constantes de éstos letrados de mi templo, su amistad verdadera que de mí exige un sacrificio ineludible. ¿Cómo discernir su egoísmo hedónico de mi irónica falta de actitud que toma decisiones arrojadas?

Mañana un parcial, pasado mañana otro parcial que me parcializa la vida, que me trunca los momentos junienses.

¿Qué es de ti, mi barbudo viejecillo, coraza mía, con tus plagados ojos, recordarás que sigo aquí?

¿Qué es de ti, mi hermano de luz, mi vecino de paradero, mi músico particular, sabrán los hombres hablar a través de ti?

Por unánime vez, amigos míos, letrados de mi alma, prosapia amada, yo, muchacho ingrato, muchacho inmóvil, no sé cómo emanar…

Sobre mi libro


Este libro en un principio fue un acto de guerra

una mancha derecha en el costado izquierdo

fue mi vida, vida oral, vida oral número uno

fue un pulgar que me anticipaba un bombardeo en el alma

Este libro fue mi vieja y vaga poesía

fue una negación de la realidad vigente

fue un motivo existencial único y jurídico

fue un verídico y espontáneo animal cautivo

Este libro fue ese viaje astral que me precede

Sin embargo este libro me aproxima, me acerca peligrosamente al innegable movimiento de un alma en pena

Me entrena en el sol inestimable que me cubre lastimosamente a un siglo donde hay “algo”

Es una “cosa, es un “eso”

Es un verso, es una prosa.


(A) Mortem

Hay cierta placidez en la enfermedad, esa sensación de estar cercanos a la muerte, de levitar, ese cronopio de vidas alteradas, de irrefutables e inadmisibles respiraciones entrecortadas, el sudor masturbativo en los descensos febriles, las ganas de más, de más. No hay droga como la muerte cuando está cercana...

Militarismo Poético


Tengo un pensamiento ufano, me roe los sentidos, ya no es tan ufano.

Tengo una convicción, ya no es sólo pensamiento, ahora es convicción: se puede idealizar un mundo a partir de la escritura; si otros lo han hecho ya ¿por qué nadie vuelve a hacerlo? Atravesamos tiempos en los que la escritura está orientada a satisfacer intereses ideológicos y no evolutivos. La escritura no debe, jamás, estar al servicio de la política, la política puede, en cambio, estar sometida a la escritura. Un movimiento literario con la suficiente fuerza de voluntad, con el suficiente empuje psicológico y máximo perfil humano es capaz, tanto en teoría como en práctica, de redibujar nuevos cánones, reorganizar la sociedad con nuevos métodos.

Hablo de una politización de la poética y no una poética política, de eso hablo.

Cuando subrayo oralmente la palabra militarismo con ese tono de voz tan especial que suele dársele a las palabras que merecen énfasis, acostumbro ver ojos vedados y miradas incrédulas. Es un defecto mío, creer que la gente es siempre capaz de espolear a los prejuicios. Error mío.

El que luego de militarismo diga poético no quiere decir que sea sólo poesía. La sapiencia nos recuerda que la poética es el estudio de las artes y la literatura, es una ciencia que estudia las humanidades y no es un concepto nuevo, en absoluto.

Tengo en la mente una nostalgia, un movimiento latinoamericano de poética pura, un ejemplo para la cuna de occidente, un ejemplo para el mundo en general. ¿Dejará de ser una nostalgia? Quiero un presente instantáneo, un futuro inmediato, sin más de un minuto de diferencia entre el uno y el otro. Así, una orden marcial.

Un militarismo poético es una obra cuyas características propenden a un orden, a una estructura que nada tiene que ver con la forma de organizar esta poética, pues bien puede ser un conjunto de palabras adrede ignorantes de la regla académica o por otra parte castristas, organizadas, esquematizadas hasta sus más profundas posibilidades. Es un orden del pensamiento y la moral, es una moral en base al respeto, es una doctrina moral.

Nuestra sociedad actual precisa de una doctrina moral. ¿La vía?: literaria.

Querida Agonía II


No hay forma humana empobrecida

capaz de revelar tus inquietudes,

respiros en el cuello, subjetivos

poemas en la boca, sugerentes

enérvense los vellos, acuciosos

enciéndase tu pecho, entusiasmado

Soy una agonía a la que amas,

el cisne que suspira tu ultimátum,

la sangre que se seca, que se seca

el cuervo que se posa

sobre el busto conclusivo de tus manos

y te dice: nunca más.

Me miras increpante, rotatoria,

me tachas de ventura a posteriori

le temes a mi spatha sustraída,

el frío estilístico inmutable

Soy una agonía a la que odias,

El cuervo que transpira un praecipitium

el vino que se escurre, que se escurre,

el hombre que te mira

asustado, desdichado y sillonesco

y te murmura: demoníaca.

El Titiritero

En mi último viaje de placer me topé con un libro muy interesante que dejó en mi haber un buen amigo, está en inglés y fechado el dieciocho de enero de 1835, a simple vista no parece muy interesante puesto que no es más que un simple libro acerca de las invasiones de Avalón que se dieron en Arcadia a mediados del siglo pasado. No hay nada entre sus párrafos que diste mucho de un libro cualquiera de historia, aunque a ti podría interesarte esto en particular porque sé de sobra lo mucho que esto te apasiona. Ahora esperarás que vaya al punto y te diga lo que a mí me ha parecido interesante del libro, porque sabes tú de sobra lo poco que me interesa todo esto. Pues bien, el libro, al parecer, pertenecía a un tal Alan Bardo, mayor de la novena división de infantería de la real armada de Avalón, descendiente de algún soldado parte de las invasiones originales.

Empezando por el hecho de que ya de por sí es intrigante poseer un libro cuyo dueño fue descendiente de un protagonista de su propio contenido, están, por otro lado, las notas que este dejaba a pie de página y en aquellas hojas donde el espacio en blanco lo permitía. El mayor Bardo parecía ser un aberrado psicológico, colocaba citas bastante blasfemas, algunas abstractas, fuera de contexto y aún así escalofriantes. Te confesaré que leer sus anotaciones de noche, aún a luz de vela, es una experiencia turbadora.

Lo más interesante y perturbador del libro son una serie de dibujos que, deduzco, realizó el mayor en el libro. Son cuerdas, estas “enlazan” palabras importantes o momentos clave relatados dentro del libro de historia. Es difícil de explicar si no lo ves por ti mismo, ¿cómo decirlo? A ver, por ejemplo, cuando se comenta acerca del 13 de Abril, cuando los avalones entraron a través de la costa de Arcadia hay más cuerdas rodeando el evento, más cruces de cuerdas, las cuerdas son más gruesas y las anotaciones a lado y lado se hacen más paranoicas. Escribe cosas como: “él no quería hacerlo, no quería” o “aquello fue una masacre forzada, forzada por las cuerdas y aquellos que las manejaban”.

No quiero entretenerte más, profundizaré más en este asunto y volveré a escribirte una vez encuentre algo más que resaltar, que no dudo lo habrá.

Abrazos.

25/05/1925

La primera vez que escuché hablar de esta hipótesis no hice más que estallar en carcajadas. ¿Podrías acaso creer en que tu libre albedrío es sólo una ilusión? ¿Me creerías si te digo que tienes el cuerpo tan amordazado como las palabras de este libro? Mejor será zanjar este tema, créeme. Zanjarlo y enfocarnos en los próximos carnavales. Esta vez nos enfocaremos en los intestinos.

Abrazos.

05/06/1925.

Siempre me han gustado las imágenes circenses, surreales, bizarras. Hay una que siempre me llega a la mente cuando escucho a Liszt o a Saint-Saëns: ¿recuerdan esa del maestro de ceremonias en medio de la feria anunciando las últimas deformaciones del ser humano? ¿Las más horribles aberraciones y monstruosidades que la sociedad haya parido? Mujeres barbudas, hombres los haya muy grandes o muy pequeños, personajes de lo más variopintos, con tres ojos, con treinta dedos, con dos bocas, sin nariz, con dos cerebros, con medio cerebro, podridos por dentro, podridos por fuera, chinos, rumanos, gitanos; esas son las imágenes que tengo. La música es importante, es la que da el ambiente; Saint-Saëns sabía de ello, su obra maestra –para mí-, “Le Carnaval des Animaux”, es una compilación espectacular de lo circense, lo bestial, lo asqueroso, mundano, profano, sucio, odioso, feo de la sociedad. Todo aquello que es repelido por el sistema se convierte inmediatamente en pieza útil en un carnaval o en un circo. ¿En qué mejor lugar encontraremos al hombre más feo, al más fuerte o al más peludo?

Es como todo, cuando actuamos de manera lasciva, dantesca, sádica, somos carnavalescos, circenses. Pongamos por un segundo al mundo en un microscopio, ¿qué vemos? Hombres divididos en grupos por color, estatus; negros que odian a blancos, blancos que odian a negros, pobres que envidian a ricos, ricos que desprecian a pobres, judíos que no encajan en ningún lado, ¿y las aberraciones? Estas están separadas de todos los otros grupos que entre sí se detestan. Las aberraciones encuentran entre ellas, en la carpa del circo, en el acuario y los elefantes de Saint-Saëns un ‘yo’ común que los identifica. Las aberraciones son negras, blancas, amarillas, rojas, judías, antisemitas, ellas hacen su trabajo: representar todo lo que está y siempre ha estado mal.

Imagino al mundo, en su visión microscópica, como a una gran carpa de circo, incluso como un stand de marionetas, tú y yo somos todos títeres. Revísate los hombros, ¿ves las cuerdas? Casi nadie las ve.

Mírenme, soy un ser muy sucio, deforme, me gusta el sexo, sexeo, el alcohol, soy un lector prófugo de poesía erótica alcoholizada. Puedes borrar mis cartas, herirme, esconderme y matarme, ¿pero puedes acaso borrar de tu mente la imagen de mi cuerpo desnudo? ¿Por qué si somos tan erráticos e inmundos, tan deseosos de carne y vino no le ponemos nombre al circo? Propongo uno: mendacium, “el fabuloso circo de las mentiras”. Nombre encantador y descriptivo, instintivo y soñador, nombre de piano tecleándose a sí mismo, de xilófono, del rey del carnaval de París.

Puedo recordar vívidamente aquel día cuando, durante las celebraciones del carnaval de Bielsa, Don Antonio me regaló el libro andrajoso que relataba la historia de las festividades. Inmediatamente llegó a mí esa sensación, fantástica por cierto, de estar ahondando en algo misterioso, antiguo y lleno de secretos. Este tipo de situaciones crean en nosotros una emoción muy profunda e incluso mórbida que es difícil de explicar, y aunque por supuesto no encontré ninguna fórmula mágica o conjuro deshonroso que utilizar, me vi inmerso en las más oscuras, alevosas y repulsivas actitudes humanas. La verdad, cabalgaba a lomos de un l’amontato, me vestía de señorita, me pintaba los labios y salía al pueblo a que me vieran y me piropearan, corneaba las nalgas femeninas con mis cuernos de tranga, berreaba, fornicaba con todas y cada una de las vírgenes pueblerinas, con las campurusas, con hombres, mujeres, cabras, caballos, osos, ovejas; luego hacía arder algún sacrificio, me bañaba en sangre, me burlaba de la belleza y abrazaba la fealdad, besaba y arrancaba los labios de la mujer más horrible del pueblo, esa de ojos saltones y bizcos, de nariz en forma de nabo y labios como picados por avispones, de verrugas en la mejilla y la barbilla, de pelos desordenados en las axilas y ríos de baba al hablar. Había alcohol, sexo, muerte y rutina en mi fabuloso libro de los cuentos de hadas.

Mis primeras impresiones fueron excitación, entusiasmo, borrachera. Harto ya de ver siempre la misma cara de la humanidad, ésta horrible y bacanal existencia me mostraba los más ocultos secretos del espíritu, los miedos, las tentaciones, la verdad. Los trangas, los travestidos, las malévolas ancianitas, los demonios, todos eran exteriorizaciones del espíritu humano, esa fue mi verdad por esas fechas. ¡Qué cosa tan podrida!

Entonces quise ahondar más en el tema, una poderosa sensación de necesidad me carcomía el espíritu. A quien alguna vez haya sido adicto a algo y lo haya abandonado sabrá lo que es el síndrome de abstinencia; ese terrible persecutor vomitivo, irrisorio, que te pone en la encrucijada de volver a ser un adicto o cortarte de un tajo las venas. Así me sentí cuando terminé el andrajoso libro del carnaval; además, las festividades habían pasado y, de repente, tan pronto como vino se fue, las personas volvían a caminar a dos piernas, los hombres vestían de manera masculina, algunos de traje y llevaban bigote, las mujeres de nuevo mozuelas, con enormes sombrillas que les cuidaban el blanco cutis del sol oprobioso del Bal de Bielsa; las ancianitas de nuevo cojas, con bastón o muertas, los niños con la cabeza dentro de lo normal, sin deformaciones, sin cuernos, sin patas de cabra. Me dieron ganas de vomitar, yo quería más y no estaba dispuesto a esperar un año entero o una vida entera para encontrar un nuevo secreto en un nuevo libro, no aceptaría olvidar los misterios de esta para redescubrirlos de nuevo, como noveles, en la vida próxima.

¿Qué hay en esos dos días de carnaval que nos hace tan pero tan humanos? Empecé a pensar sobre este asunto y llegué a la conclusión de que esto que identificamos como “aberraciones” es, en realidad, nuestra verdadera naturaleza, la naturaleza primigenia, pagana del ser humano. Antes de las leyes, de las religiones, antes de la ética y la moral, antes de pensar y razonar. El razonamiento trajo consigo una cancerígena cárcel, sólo así podría explicar el porqué en sólo dos noches podemos expulsar el hedonismo contenido de trescientas sesenta y tres noches más. No es basura, es oro puro, es una máquina del tiempo. No pretendo justificar la hipocresía humana pero, sinceramente, todos seríamos más felices si tan solo fuéramos nosotros mismos. Así, sudorosos, carnales, fornicando unos con otros en un enorme océano de piel, fluidos y demás reminiscencias. ¡Qué imagen tan asquerosa! ¿No es así?

A los días de mi búsqueda murió Don Antonio, cabe destacar que era un belsetán importante, y por lo mismo, codiciado; la mayoría de sus bienes se pusieron en venta puesto que no contaba con familia, al menos no conocida, e inmediatamente las masas se arremolinaron sobre sus pertenencias con las garras afiladas. No sé qué pasa en las pequeñas comarcas que cualquier acontecimiento, por nimio que sea, atrae la atención de todos y se convierte inmediatamente en quehacer mundano; yo no seré la excepción.

Buscaba más de lo mismo, pero sólo veía muebles, libracos de historia que bien podría encontrar en el ayuntamiento, notas a familiares y amigos, correspondencia, detalles, detalles. Hurgué, en la medida de lo posible, y al final terminé llevándome toda su correspondencia y dos libros que, más por andrajosos que por interesantes, tomé de las manos del organizador. Esa sensación de abstinencia me había estado usurpando las últimas semanas y, por primera vez en días, sentí alivio. Arrojé todo al suelo, sentado a un lado del Barrosa y contemplé mis adquisiciones como quien se encuentra consigo mismo luego de años de estar encerrado en una habitación sin luz ni espejos.

En ese momento mi mente encontraba y dilapidaba mil y una maneras de abstraerme de nuevo a ese universo infinito de posibilidades, abarcadas todas por la añeja literatura de un viejo aragonés ya muerto. De aquellos dos libros llamaron mi atención dos cosas; la primera, una galería de imágenes de lo más bizarras, eran todas daguerrotipos, tomadas quizás por el mismo dueño. Estaban organizadas por hileras, clasificadas por desagradables títulos como: “enfermedades, mutaciones, accidentes, heridas de guerra”.

Me encontré entonces con una colección bastante completa de hombres con los rostros repletos de pústulas, con las tripas afuera, sin rostro, sin boca, bizcos, faltos de un brazo o de una pierna, con heridas abiertas llenas de gusanos, con las lenguas convertidas en un criadero de moscas, con un dedo de más, un pie de más, un ojo de más, decapitados, desollados, y a todo esto lo acompañaba una melodía de Chopin saliendo del gramófono apostado en la esquina más oscura de mi habitación. De cualquier manera y aunque mucho me excitaba todo esto, lo dejé a un lado, mostrándome también interesado por lo encontrado en el otro libro: un índice sumamente elaborado acerca de obras paganas. Supuse que este tipo de literatura no era algo que pudiera encontrar en el ayuntamiento de Bielsa, capaz ni siquiera en el de Barcelona o Madrid. Me llegó otra duda: ¿Habría Don Antonio llegado a realizar este índice con la intención de que alguien más, en un momento como este, legara de él ese espíritu podrido, sádico y enfermizo? Quizás no era un índice leído sino uno a encontrar, como una lista de mercado.

Demarqué con carboncillo las obras, por cuyo título, mi atención más se estimulaba, entonces tomé la correspondencia. Ojee una docena de cartas entre Don Antonio y un tal Cornelio Zorilla, todas ellas banales monólogos de Don Antonio en sus viajes de placer por el mundo. Sin embargo, una llamó mi atención, en el sobre había dos papeles con dos diferentes fechas. La primera carta databa del veinticinco de mayo de 1925 dirigida a Cornelio Zorrilla, y estaba escrita a las prisas con una caligrafía tosca y entrecortada:

En mi último viaje de placer me topé con un libro muy interesante que dejó en mi haber un buen amigo, está en inglés y fechado el dieciocho de enero de 1835...

Querida Agonía I

Soy propenso a los amores dolorosos, masoquistas, depravados, soy propenso a la lujuria, a la injuria, a la juria, a la uria, "soy propensísimo", dígase de mí.

Corusanta


(Primera Parte)

¿Quién ha escondido el amor por lo extinguido en una lata de recuerdos?

Veo caer el mar con sórdido estupor,

las olas (pálidas) se arrejuntan en los cuerpos encallados.

Cuando abres la boca tu voz ya no es tan tuya,

y un sonido constante, como de estática, grita alebrestado

Encalló en tu espíritu un corpus de devastación.

¿Qué te han hecho, corazón, que ya no sientes?

¿Quién palpita entre tus manos todo un mundo?

Veo que has perdido el rumbo.

Has escondido el querer de lo sagrado en aquel diván escrupuloso

Y entre la espuma burbujas témpanos giratorios.

¿Han dibujado un afán en tu memoria, un espejo reposado?

Hablemos entonces de mí

El caos en la despensa hace de mis sueños un fotograma, una telepatía

En la lejanía percibo los paisajes negros de Corusanta

Las nubes negras sobre los negros tejados

¿Dónde te han perdido los gritos en latín?

Fortuna tua lusisti.

Multi in mari morietur

Hay una prosperidad que corona con flores mi tumba

¿Es esa mi tumba junto al corrompido hombre acolmillado?

Tambor, tambor muerte, tambor golpe sobre la sien atrompetada.

¿Puedes escuchar acaso la latina ventura de un magno pueblo?

Están barreando marcas en las huellas los zapatos.

Están dedeando huellas en los vidrios las manos.

Ahora una araña espectacular nos saluda con su pinta lamparícea.

Hemos intentado danzar un vals mortuorio

Una sombra oscura de rusos en trajes caros

¿Qué te han hecho, religión, que no me inquietas?

¿Quién te ha roto, laminar, que me martillas?

La casa que vencía a las sombras.


“¿Cómo podría confundirme con aquellos, que hoy ya son escuchados? Sólo el pasado mañana me pertenece. Algunos nacen póstumos”.

Friedrich Nietzsche.


Las circunstancias tan subjetivas que rodean los múltiples puntos de vista del estudiantado de la Academia, como preciso denominar a la magna casa de estudios venezolana, se encuentran ampliamente diversificadas; unos, a lo sumo, responden vagamente ante una problemática tan importante como lo es la seguridad e integridad del estudiantado que asiste a este lugar en pos de profundizar sus conocimientos, fuere la rama que fuere, a este tipo de personas en particular debe tenérseles lástima, es imposible no sentir, no apreciar a la Academia como parte de tu condición humana, es ilógico e incluso amoral actuar con vacuidad; esa simpleza, esa insipidez del alma que implica no sentir ningún dejo de preocupación por las generaciones futuras, por la generación que te rodea, por nada más allá de ti mismo. Otros, en cambio, integran tan profundamente su sentir, su juicio y opinión en los mares de la sabiduría académica que son simbióticos a ella, velan por ella, su corazón palpita al compás, con la misma cadencia de los gritos libertarios, aquellos que buscan desarticular el instrumento de opresión que implica el concepto universidad.

Universidad y Academia son dos conceptos diferentes, la Universidad es un concepto superfluo, es un método de coacción a través del cual se manejan quienes bien puedan, intentando subyugar las mentes del hombre joven. La Academia es todo lo contrario, es una estimulación, una invitación a pensar, a analizar, debatir y distinguir los razonamientos, es una lógica de la vivencia, un templo desde el cual es posible obtener las herramientas que permiten al hombre ser pensante. ¿Qué se pretende entonces del estudio superior? ¿Una universidad o una academia? Esto es una lucha de conceptos entre quien tenga la intención de someter, de avasallar, y aquellos otros que, me incluyo, no tenemos la más nimia intención de permitirlo, sino más bien de reaccionar a la postre de los tiempos, construyendo, mediante los métodos que sean necesarios, una nueva educación y una nueva instancia educativa. Nótese que un estudiante académico, a diferencia del oprimido estudiante universitario, no exige, construye, la exigencia es para el hombre de mente débil, para aquel que no es capaz de construir y permite a los otros hacerlo por él; exigir es permitir el yugo, exigir permite al exigido decidir cómo proceder, le da poder. El estudiante académico, que siempre es una minoría, crea, edifica, funda. No hay que preocuparse, siempre las minorías erigieron el sendero de los hombres.

El hombre es un societas effectus, el producto, la consecuencia de una sociedad, sin sistema que lo forme el hombre es primigenio, pues sus ideas y pensamientos no pueden ser puestos en práctica. Dirán algunos: “¿Qué puede decirse entonces de los reformadores del sistema?”, se dirá de ellos que fueron hijos del sistema del cual procedían, sólo así fueron capaces de contradecirlo, o en su defecto, de mejorarlo. Retrocediendo sobre nuestros pasos, aquellos que demuestran una clara tendencia hacia el ostracismo académico y que consideran a la educación superior únicamente como un objetivo que debe circularse y nada más, así sea haga de manera mediocre, bien pueden abandonar sus estudios, para la sociedad sólo serán uno más, parte del vulgo, se convertirán en masa capaz de ser manejada y relegada, no en hombres pensantes.

La Academia es un templo al que debo agradecer su modus discendi: eminentemente introspectivo, pero aún así dispuesto a las comparaciones, al estudio tanto empírico como histórico, tanto fenomenólogo como análogo. Personalmente suscribo a la fenomenología, como estudiante de humanidades, para desarrollar la presente redacción.

Lo que hoy se ve y se palpa entre los pasillos de las instituciones de educación superior en Venezuela tiene, de por sí, una raíz psicológica: el desencanto; pero debe tomarse muy en cuenta los efectos de esto en sus receptores. Si retomamos las tipologías del estudiantado, el universitario sentirá desilusión ante la nulidad de las leyes, ante la incompetencia de los rectores, la corrupción de las fuerzas de la ley, se decepcionará de los problemas del estado, de la podredumbre social, pero su inhabilidad para hacer algo, además de su poca intención de hacerlo, lo convierten en parte de ese proceso de descomposición de las bases pensantes, ellos mismos se desentienden de la matriz, convirtiéndola en lo que denominan “elite”: Habrán quienes la criticarán, pero ha sido decisión suya aceptar, como normal, lo que está mal. El académico en cambio, bien verá pasar estos problemas con ojo avizor, e irá cuestionándose a sí mismo sus propias presunciones y teorías, presupondrá y se equivocará, analizará, comparará y eventualmente, actuará. La única manera de cambiar nuestro futuro, es actuando sobre y desde nuestro presente, la verdadera incompetencia está en la constante inconformidad, la solución está en aquello que puede hacerse para reformar, moldear, reaccionar ante tu micromundo.

La Academia se diferencia también de la universidad por su método de enseñanza, la universidad propende a una educación de la memoria, sus competencias están estructuradas en base a un sistema educativo industrial, del siglo pasado, donde se instaba a convertir a los alumnos, bien en desertores que tendían a la masa de obreros o bien en hombres incapaces de deliberar, cuyo título poco o nada decía de sus capacidades de resolución. El método de enseñanza académico insta a pensar, a desarrollar y resolver acertijos, a construir las verdades desde sus cimientos, a reconstruir la historia de forma retrospectiva, pero sobre todo a dudar, a dudar y a contradecir con fundamento.

Dijo Aristóteles: “Adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene una importancia absoluta”. Si bien es en los estudios superiores donde se tiene la posibilidad de observar al mundo desde un punto de vista preferentemente empírico, es en el hogar en donde se siembra la raíz de esa sed indagatoria. No obstante, tengo la teoría de que la Academia es, en realidad, la última gran chance humana para corregir los defectos precedentes, sobre todo esa insulsa perspectiva de la vida que en toda medida tiende hacia lo pueril, lo vano de las experiencias vividas o por vivir.

Hay que profundizar un poco más lo siguiente: la delincuencia dentro de los institutos educativos, enfocándonos particularmente en aquellos en donde se rinden estudios superiores. ¿Qué explicación puede tener esto? Más a partir de aquí, ¿qué explicación puede tener la nula participación de los dirigentes estudiantiles en conformidad con los dirigentes docentes y rectorales? Estos últimos en particular, si bien hacen escuchar su voz es para decir alguna extravagancia casi ridícula, alguna obviedad que el estudiantado ya conoce. Sólo por suposición, hace no mucho alguien habrá dicho: “Sí, efectivamente la delincuencia parece haber aumentado en las últimas fechas”. Escupir lo tácito en la cara de quienes padecen la realidad es una forma de burla que pertenece a las coacciones indirectas, no comprenden los dirigentes que han encendido, y no imprecisamente, la llama de la reacción, las voces realmente reaccionarias. Su poder es neblinoso y lo comprenden, pero algunos tienen la insensatez de doblarlo y retorcerlo hasta sus últimas consecuencias.

Atrás están quedando las minorías universitarias, la academia está creciendo de manera paulatina en las mentes del estudiantado, tienen en sí la llama del reto, la voz de la insubordinación. Hablo de una sedición pensante, organizada, propia de la academia, no a la típica movilización “revolucionaria” que simpatiza más bien con la anarquía.

En este mismo orden de ideas, poco cuesta tomarse la molestia de inquirir, de preguntar al estudiante de a pie sus propias teorías; esta es una invitación, teorizar estimula la mente del hombre, teorizar estimula las respuestas, otorga las soluciones. Hay que poner sobre el contexto las particulares visiones, compararlas, hay que responder con una voz unificada en base un consenso.

Algunos sentirán interés por las metodologías gubernamentales, otros por las de la dirección estudiantil, a estos grupos particulares les informo que la única verdad absoluta es la del estudiante académico, sea su palabra pueril o no, es él quien otorgará el dictamen final. Es hora de dejar de lado los puntos de vista compartidos con estos triviales focos del poder, la verdadera respuesta a los problemas de la delincuencia están en la falta de fe, la falta de refutación por parte de un estudiantado que, se espera, sea hasta dentro de muy poco “universitario” y pase a formar parte de las filas de los reaccionarios.

Los solicito: el único temor plausible es aquel que debe tenerse a sí mismo, témete si eres incapaz de responder a tus problemas, témete si permites que el hegemón te pisotee, témete si te consideras incapaz o inhábil para alzar la voz de tu consciencia, témete si actúas con debilidad e inconstancia entre tu razón y tus acciones, témete si temes a otros, témete si eres dócil a otros, témete si, al día de hoy, no has sido capaz de alzar el puño en señal gloriosa y gritar: ¡Pro patria et Academia!

Andrés della Chiesa

Buenos Aires – 18 de Mayo de 2011.

Los beneficios de la piel


A Mariana le gusta dejar todo a la imaginación, y aquí, que somos todos unos imaginadores profesionales, aprovechamos la oportunidad para llenarnos los labios de intriga cuando Mariana se viste de puta. Yo, particularmente, soy quien más se exalta por las curvas y rincones sin salida que su morena piel me ofrece, con las dos manos me hago un nudo en la cintura desde los cabellos arremolinados que nacen de su bronceada nuca y sin respirar salto, al encuentro con los hombros romos de los que nacen una pierna chueca, un ojo dislocado, dos dedos confundidos, una tercera boca que combina con la que está en la cara y la otra por encima del ombligo. Con una mano se sostiene el negro seno, del cual nace la pierna escandinava que para nada combina con el resto de su deformidad, el pie cae sobre la vagina y la aplasta con sus siete frágiles y cadavéricos dedos de aspecto hediondo, el torso extendido señala a la primera de las sonrisas, que late desde el cuello hasta las nalgas, que se posan sobre el cabello enredado en el también desnudo pene.

Mariana empieza a quejarse de la luz, el mal aspecto de la fotografía está en culpar a la luz, nunca confié en estas polaroid y su instantaneidad, pero tampoco puedo confiar en ella y sus curvas cortadas por las articulaciones rotas y las puntas del fin del hueso. Posa de manera diferente, ahora el negro seno se multiplica y se enturbia alrededor de sus labios, mis dedos se accionan enloquecidos, marcando flashes y flashes estroboscópicos y radiográficos, Mariana se mueve extasiada como si cada relámpago significara un orgasmo, se agita, le caen pesadas gotas de sudor en lugares adonde mi imaginación no alcanza a dilucidar.

“La ventana de atrás”, se queja, la luz, la bendita luz está mal enfocada, no está subrayando la perspectiva acordada, no está surcando la espalda y las mejillas como habíamos quedado, le está distorsionando los pezones y las uñas.

-Estás empezando a irritarme—le comento mientras cambio el rollo de la cámara y me acerco para cubrir cortínicamente la lucecita del carajo.

-¿Mejor?—le espeto.

Ella se limita a asentir y yo a continuar con la sesión.

-Ponte de lado, para captar desde la vesícula biliar hasta el fin del dedo meñique.

Ella sigue mis indicaciones al pie de la letra, cuando quiere lo hace, cuando no, se niega con sus maneras sombrías a cumplir las fantasías anatómicas que mi cámara exige. Vuelve a contorsionarse, no lo comprendo del todo ahora que le removí el flash, probablemente hay cierto placer en la desnudez, en las frivolidades de caminar en pelotas por la calle del medio, mientras todos te ven y señalan boquiabiertos, ojicerrados, culoexpectantes, esas formas son de gente necia que tiene miedo a su propia imagen en el espejo. Ni de gordas ni de monstruosidades, la más terrible de las fealdades se lleva en el occipucio.

-Enfócame aquí, aquí, dónde me gusta—me exige Mariana agarrándose el lumbar con la cadera izquierda.

-Necia, necia, ten paciencia, acá el fotógrafo soy yo—agregué, abriéndole de piernas para vislumbrar mejor las muelas.

Ella se dejó toquetear por mí, el cazador de imágenes, confiaba en mi profesionalidad, en mis laxas intenciones de violación, perversión y posesión, en la incapacidad de mis dos manos para condensar sus múltiples cavidades. ¡Ay de ti, Mariana, que crees en vano en este lente de cámara mientras el ojo que atrás todo lo ve crea constelaciones de carne en tu útero!

Se doblega hacia atrás, entreabriendo la boca que está en su rostro, sus labios de vulva, gruesos, dejan entrever el piercing que se colocó el mes pasado, las pupilas le cae pesadamente, casi malintencionadamente.

-No aprietes los ojos, no se ve natural.

-No los estoy apretando.

-Los estás apretando, el fotógrafo acá soy yo y sé cuando se aprietan unos ojos.

Se ofuscó, cubriéndose el olecranon con la tabaquera.

-¡Coño, pero no seas necia, además de que tienes ojeras tengo que soportar que te cubras tus partes?

-No tengo ojeras, es la luz que no me abriga bien.

-El fotógrafo acá soy yo y sé diferenciar las ojeras de las sombras.

Se calló de nuevo, pero ahora no se cubrió nada, me quedé un momento contemplándole las extremidades, eran una, dos, tres, cinco, pulposas, con ventila, con pelotes larguísimos que recorrían de arriba para un lado y de ahí para abajo. Empezó a envolverse en sus propios pelos para cambiar la toma, corregí la orientación, la velocidad de obturación y cambié la lente por una con mayor enfoque. Dejé que se tomara su tiempo en ceñirse, encerrarse, en crear ese extraordinario cerco secreto del que me desvié un instante, concentrándome en dos pequeños cuadritos que pendían de la pared de atrás, justo a un lado de la ventana, que por cierto ya me hartaba, porque desde que llegué había estado abriéndola y cerrándola, cortineándola y luminizándola, eran cuadritos humildes, de 4 por 4, uno con un fondo anaranjado y una figurita echa de pocas líneas que simbolizaban una cabeza, piernas y brazos; el otro cuadro, un poquitín más detallado, mostraba un seno cuneiforme en el medio, atrás un celeste cielo celestial, con dos nubes de algodón, adelante tres hombres sentados en posición de descanso, meditativa, un arma muy grande, un vaso muy pequeño.

-Espero que me estés captando bien el ángulo.

-Tranquila, intento concentrarme, necesito inspirarme para encontrar la raíz de lo que intento proyectar.

-¿Y si te digo cosas sucias?—me preguntó con gesto sugestivo.

-No, no, por favor…

Algo de música, eso a todos nos inspira en la constelación del imaginativo, algo de ron, algo de hierbas, cada fotografía es una galería de fantasmas digitales, un dígito de sombras sonrientes. Estoy esperando en vano a que Mariana me suspire una codicia, que se apure, que se apure, que no se quede estática y con las piernas informes sobre la “cosa esa”: Tomé una fotografía más, sólo una más, saqué el papel de la cámara y lo dejé a un lado, esperando a que se revelara, coloqué sobre la mesa la pesada cámara y tomé asiento frente al cuerpo multifacético de Mariana, ahora desnuda, ahora emputecida.

-¿Y bien?—me preguntó.

-Cuando hay un dejo de humanidad…—empecé, arremangándome la camiseta— Es lo más humano que jamás nadie verá.

Ella asintió en silencio, quitándose el traje de desnuda puta y colocándose las botas de vinilo.

-Gracias por la sesión—me dijo.

-Gracias a ti—le contesté yo, mirándole fijamente la esclerótica.

Y entonces me dejó solo, en la habitación, con las fotos, las cuales empecé a ojear incluso antes de que terminaran de revelarse, en ese preciso instante en que se encuentran transitando el limbo entre la realidad tangible y el espectral ilusivo, se degradan en sentido contrario, se mejoran. Me quedo tanteándolas, observando mi obra, el trabajo de horas y horas en continuo movimiento del dedo índice, qué bien que he captado la forma de la ventana.

Me gusta dejar todo a la imaginación.

Veritas


Para mí Argos es la vida poética, vida vivida, Argos es cosa, es un quién, es un cuándo, sos vos. Argos es morir en tus brazos, es buscarme en tu mariposa y otras cosas. Argos es el porqué de los adónde, es tenerte ahora y hacerlo de nuevo y calvo, es el acabóse ahora es cuando. Argos es muchacha maldita, es muchacha que vuela, Argos ha sido escrita por Benedetti, Girondo y Gelman. Es la vida que quisiera de vivir vivo, desearte me hace criminal, traidor, maligno, perverso, conjurador, protervo. Argos es arañarte la espalda mientras gritas, gritas: ¡me he enamodiado de ti! Quisiera yo, Argos, sólo yo mundanearte.

Mujer de Letras

Digamos que, a pesar de mi falta de carne, sangre y órganos no dejo de ser mujer; digamos que mi cuerpo está conformado por oraciones, esas oraciones por palabras, esas palabras por fonemas; digamos también que mis brazos son una oración, una larga, algo como: “inmediatez perdida en la nada, consumida, híper con

centrada”.

Mi rostro dice: “lo veo así, restante, cuello lacivo”. Mi cuerpo habla de una danza palabrera, morfosintáctica; mis hombros afirman, mi pecho conjetura, mis piernas se preguntan, tengo las piernas más largas que el mundo haya parido. Soy una mujer hecha de letras, una mujer única en mi especie. Muchas dirán que saben de letras o que incluso les rellena el mismo material que a mí, pero eso no son más que metáforas; yo soy, literalmente, una mujer hecha con letras.

Esto no es siempre bueno: la delicadez de las palabras que surcan mis manos me dificulta el sostener las cosas. No puedo agarrar, ni soportar; por terminar mi mano en una A no tengo enganche, y si intento hacerme del TR termino rasgando las cosas, pellizcando, haciendo daño. Quiero acariciar y no puedo, en el otro brazo, “como la dama que quería navegar”, no hay mano. ¿Cómo apreciar la profundidad y el volumen de las cosas con una C y una A?

¿Y si un hombre quiere besarme el cuello? ¿Cómo acariciar húmedamente la aspereza de la L? ¿Cómo encontrarme el latido, saber lo que me excita cuando no hay ligamentos que me unan los hombros a la cabeza? Todo está construido anagrámicamente, con cabellos que son elongaciones de la L, de la V y de la nada. Mi pecho tiene la rareza de decir lo que siento, está a la vista de todo el mundo. Revela mi estado anímico y eso me da vergüenza, todos pueden ver si he tenido un desamor, si se me atoró una oración en el picaporte o si no me he puesto mis sustantivos al salir del baño, ¡qué vergüenza, qué vergüenza!

Por ejemplo, supongamos que un día he despertado muy artista, no se extrañarían de ver que mi pecho diga algo como: “no hay medidas para lo que se siente en la mariposa, que posa loca, amenazante”; o aquellos días donde despierto malhumorada y dice que ‘diga’: “¡Cállate, caballero impetuoso!” Esas cosas me pasan a menudo. Quizás lo bueno sea evitarme esas típicas preguntas ridículas como: “¿Estás bien? ¿Qué te sucede? ¿Puedo ayudarte?” De cualquier manera me sirvo sola, si estoy mal no hay nada que un tachado, un borrador o una nueva palabra no puedan cambiar. Si quiero demostrar algo me lo subrayo o me pongo en negrita. ¿Olvidé acaso decir que soy una mujer cursiva?

Tengo muy buenas caderas, danzan al ritmo de la nada algunizada, sostienen el peso de mis párrafos superiores, son el inicio de mis capítulos siguientes. Al bailar las piernas se me entrecruzan, la de atrás es muy ambigua. ¿Cree usted que se puede presumir? ¡Si! ¡No! La de adelante, más equilibrada, no te dice nada, pero vaya que te deja en claro las cosas. Muchos han tratado de ponerme en perspectiva, como cosa común sus palabras son siempre vacías, sin importar el lenguaje que utilicen. Cuando se pretende ser profundo no importa realmente el lenguaje, si es soez o si es complejo, quien sepa entender entenderá, los que sabemos ver veremos. No trates de engañar al mundo con tus palabras vacías, mentiroso, que mis piernas todo lo exponen.

Por ser como soy, soy. Soy sensible y delicada, frágil ante el agua y las manos, ante el fuego y el tiempo. ¿Quién me encontrará un impetuoso caballero, un maldito caballero, insistente y soñador, un caballero hecho de letras como yo? No, esos ya no existen, la soñadora soy yo. Sueño con parapetos consonánticos, barricadas vocales, murallas fricativas, fronteras oclusivas, velares, palatales, alveolares.

¿Han escuchado esas danzas eslavas? Opertura cuarenta y seis, la primera, en C Mayor, toda Dvoraika, toda “eslava”. Imagínenlo un segundo al cerrar los ojos y recreen mis anónimas caderas moviéndose al compás, dando vueltas de trescientos sesenta grados con los brazos en alto, << ¿Dama prohibida que dice…?>>. ¿No es maravilloso? ¿Quién no desearía una mujer cual ven ahora? Letrada, hermosa, de buenas curvas, alegre, jovial, misteriosa, sensual, primitiva. ¿Qué? ¡Ah, claro! Han estado burlándose a mis espaldas, se burlan de mi carencia de rostro, de mi falta de nariz y sesos, de tripas y dedos de los pies; han jugado al interés los últimos minutos y son todos, por demás, superficiales.

¿Y si de pronto esa danza se hiciera magistral? Ya saben, de enormes lámparas arácnidas colgando de un techo a veinte metros del suelo, de enormes vestidos corseteados y mecanizados, de dos pasos a la izquierda y dos a la derecha. ¿Tampoco? ¡Maldito, maldito papel endeble, maldito papel que se dobla y se quema, que se corta y se disuelve!

Qué lastimera ironía, qué cruda y sarcástica vanguardia el que ustedes, mujeres de carne, con sus pezones de carne y no puntos de íes no tengan entre las cejas más que la pituitaria, a mi me el grafito me putea, me viola, me mundanea. Tengo una vida muy corta: algún día, alguien, quien sea, se abrirá de piernas y me cajoneará, me voy a humedecer, me voy a enmohecer. Vívanme una vida, un mes, una semana, un segundo, sólo eso, háganlo. Si lo hacen, no hará falta una mujer verdadera nunca más, para verdadera yo, carajo.